La pintura de Carmen Benavides es fresca, serena. Invita a la calma proporcionada por los lugares escogidos. Siempre acogedora, consigue hacer partícipe al observador que encuentra descanso en ella.

Su dibujo es preciso, esencial, formando la base para crear todo un mundo de color con diferentes luminosidades, bien estudiadas, para formar una realidad mágica que embarga de placidez a quien lo observa.

Destaca en su obra sus interiores, de tonos cálidos o fríos. Favorecen la quietud y el reposo, hospedando en ellos mucha calidez, provocada por un matiz determinado lleno de serenidad. Se podría decir lo mismo de sus exteriores, sean primaverales, estivales, otoñales o invernales, el uso del color es extraordinario.

La fuerza de su pincelada nos traslada en intensidad a los trazos de Cézanne, ... formando mosaicos que entretejen lugares seductores que hechizan al espectador.

Consigue perspectivas armónicas, donde la composición equilibra los espacios.

En general, su proceso de creación evoluciona hacia líneas más abiertas y desconcertantes, que predicen una fascinante proyección.