La mirada de José del Río Mons ha viajado de la megalópolis al desierto para dejar constancia de que los espacios tienen un sentido propio y una manera propia de hablarle a nuestra alma. Y, en correspondencia con esto, para dejar bien claro que ese sentido necesita de la mirada y no, precisamente, de una mirada cualquiera. Los espacios, con su carácter orgánico y también con su geometría, están ahí, en un antes que no sólo pertenece a su tiempo real, sino también al de la imaginación del fotógrafo. Sin una mirada interior y anterior al instante, la fotografía no pasa de ser un souvenir, más o menos dramático, más o menos hermoso o más o menos trivial. Esto no autoriza la deformación, la degradación, pues, allí donde no queda salvaguardada la dignidad de lo que es, la obra se convierte en pretexto, y no ... hay fotografía, sino mala literatura escrita con otros medios. Así las cosas, la franja de encuentro entre el objeto y la mirada podría parecer muy estrecha, y, en cierto sentido, lo es. Pero ahí, precisamente, reside su ventaja. Es en ella, en esa estrechez, donde la libertad da más de sí, porque allí se obliga a ser verdadera e intensa.

El desierto de José del Río Mons es su desierto, pero nunca dejará de ser el desierto, el real, ese espacio que, para algunos, es siempre excesivo, y, para otros, nunca lo suficiente. “Ninguna tierra puede gloriarse de su fertilidad tanto como el desierto”, decía, allá por el siglo quinto, Euquerio de Lyon en la Epístola a Hilario de Lérins, un elogio toda ella de los yermos, las soledades y la vida retirada. Esto no es una paradoja. Ningún paisaje es, en realidad, más rico y más fértil que el desierto, porque ninguno tiene esa capacidad de reflejar nuestra alma, de ofrecerle una metáfora tan aproximada. El desierto es espejo que nos refleja y nuestra alma es, a la vez, espejo del desierto. Eso es lo que veo en las fotografías de José del Río, que no le ha quitado nada ni le ha puesto lo innecesario a esa desolación, porque la desolación no es ningún decorado, sino, justamente, la manera de ser del alma.