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Devaneos, una selección de fotografías que Joaquim Paiva realizó durante las tres últimas décadas, rescata desechos de procesos fotográficos con una poética surgida de los accidentes de la emulsión e impregnada por los afectos que, de otra manera, escaparían al objetivo de la cámara.
Surgen -en los finales de las tiras de película, en las diapositivas descoloridas y en los negativos impresos como positivos- fragmentos de imágenes: viajes, un carrusel, rojo-bas-fond, cristales y luces artificiales que rompen la penumbra. Los objetos cambian de color, la luz artificial los tiñe con distintos matices. Cuando, en sus fotografías, un ambiente se ilumina, lo vemos con la excitación de un misterio del revelado. Entre luces y sombras, los azules de la fotografía de Paiva proceden de una luz que parece venir de la oscuridad.
La fotografía surgió en respuesta a la necesidad de retener las imágenes, a la urgencia de la memoria. Habría surgido igualmente como medio para conocer objetivamente los sucesos infrecuentes, como el eclipse que, siendo una fusión entre el día y la noche, parece irreal aunque sea verdadero, y por ello es casi un devaneo.
Sin embargo, en las imágenes de Joaquim Paiva, los límites entre lo real y la fotografía son tangibles. La intervención deliberada del artista quiere desorganizar las jerarquías del proceso fotográfico, desestructurar su objetividad. Así, en el azul profundo de un anochecer, las estrellas las dibuja él a mano, rayando la emulsión. Y el rojo templado lo obtiene con filtros de papel de celofán.
La objetividad desaparece en Devaneos. Hay, en estas imágenes tan diversas, huellas de un sujeto y de sus encuentros por el mundo. ¿En qué trazo, en qué temperatura del color, en qué encuadre podríamos captarlo? El sujeto está disperso en la identidad del “otro”, retratado en cuerpos anónimos o estampado en rostros amigos. Las fotografías de algunos familiares de Joaquim Paiva son casi autorretratos del fotógrafo-artista.
Es posible hallar su rostro en la imagen recurrente de un hombre, cerca de una ventana (impresiones directas del negativo color hecho con una cámara Holga), cuyas sombras, convertidas en amarillo, amenazan reducirlo a un fantasma a la luz del día. Este sujeto que aparece y desaparece puede encontrarse también en los retratos “estropeados” por la simple inmersión de la diapositiva en un líquido disolvente. Quizás se vuelva real en ese juego entre control y acaso, figuración y desfiguración, un juego de escondite en el que la imagen se resiste a desaparecer. Las páginas de los diarios que ha venido escribiendo Paiva durante los últimos nueve años están sueltas (y no encuadernadas), tal como las fotografías acumuladas en una caja. No las pegará jamás en un álbum. Todos estos elementos delatan a un autor que apenas vive más que para la fotografía.
Entrada actualizada el el 26 may de 2016
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