El dibujo como trabajo de tanteo. No fue esta la única función del dibujo para Carlos Alcolea. En ocasiones el dibujo fue para él una reflexión sobre el cuadro hecha a posteriori, una nueva meditación sobre su estructura. Otras veces, como ocurre con las cartulinas, el dibujo tenía algo de diario de artista, un ejercicio casi cotidiano para fijar una idea que se convertía frecuentemente en idea terminada. Los treinta y un dibujos son casi automáticos, es fácil imaginar al autor, junto a una provisión de cuartillas que poco a poco pierde altura mientras aumentan los papeles cruzados por trazos decididos. En esta confluencia de indagación y la espontaneidad sistemáticas radica el interés de estos dibujos, ofrecen pistas valiosas del mundo de Alcolea, de su poética y modo de concebir el arte.