Exposición en Almería, España

Divergencias

Dónde:
AM Gallery / Calle de las Tiendas, 20 / Almería, España
Cuándo:
18 mar de 2008 - 22 abr de 2008
Organizada por:
Artistas participantes:
Descripción de la Exposición
El paisaje es también un territorio del lenguaje, por él transitan los caminos como las palabras por las líneas de las frases. Todo paisaje es un código tatuado, que puede provocar la exaltación o la melancolía. Signo de todo ello son las pinturas, llenas de referencias y entrecruzadas de senderos de María José Maynar. La artista no se planta ante la naturaleza tras su caballete, sino que cierra los ojos para ver, y también para pensar, y las cosas que ve y que piensa se convierten en paisajes en lugar de verse convertidas en palabras. Maynar subvierte la noción renacentista clásica del cuadro como ventana construyendo una suerte de mîse en abime, una ventana dentro de la ventana, un situarse dentro que es un estar fuera, un vértigo de miradas. La suya, como la nuestra a través de esas plataformas para la vista, se desliza entre los pliegues del territorio, ... por debajo de la piel del paisaje, hacia un mundo subterráneo y abisal.

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El arte no reproduce lo visible, hace visible (Paul Klee)

Un “mirador” –nos dice el diccionario- es un lugar especialmente bien situado para contemplar desde él un paisaje. Encaramado en lo alto, esta atalaya privilegiada nos permite abarcar la lejanía, recorrer con la vista territorios en lontananza; es un trampolín para proyectar nuestra mirada.

Pero “mirar” es algo más que “ver”, va más allá de un simple deslizarse por la superficie de las cosas; es un reconocer y un apropiarse de ellas, entraña un salir al encuentro del mundo. El acto de mirar –deriva de “mirari” (admirar)- implica un inquirir expectante, una vigilancia impaciente ante el inminente descubrimiento. Mirar es estar siempre a la espera de una revelación.

Por ello mirar forma parte del oficio del artista y educar la mirada es uno de las tareas del arte. Según la doctrina albertiana, el cuadro es una ventana abierta a la naturaleza, la cual es reproducida (imitada, duplicada) en la pintura. En la serie titulada Miradore María José Maynar nos propone unos espacios en blanco, vacíos, que atraviesan la urdimbre densa de unas superficies saturadas de signos. Son desiertos, lugares de silencio, donde no alcanzan los ecos ni los espejismos del mundo, regiones apartadas que se sitúan más allá del ruido, en un yermo, según la tradición, propicio a la revelación. En este sentido, son también miradores, ventanas, porque entre estos territorios fuera del mundo y éste media esa distancia puente para extender la mirada.

Ahora bien, Maynar subvierte la noción renacentista clásica del cuadro como ventana construyendo una suerte de mîse en abime, una ventana dentro de la ventana, un situarse dentro que es un estar fuera, un vértigo de miradas. La suya, como la nuestra a través de esas plataformas para la vista, se desliza entre los pliegues del territorio, por debajo de la piel del paisaje, hacia un mundo subterráneo y abisal.

La mer est ton miroir; tu contemples ton âme
Dans le déroulement infini de sa lame,
Et ton esprit n’est pas un gouffre moins amer.
(Charles Baudelaire)

Si el mirador -lo hemos dicho antes- es una atalaya, la mirada, como los dientes, son fortalezas del yo frente al mundo exterior, las torres y la muralla del castillo interior. Nuestra mirada se proyecta siempre hacia fuera buscando reconocerse en los otros, pero tropieza continuamente con los muros infranqueables de las miradas ajenas; sólo en el mar, a la vez superficie reflectante y cavidad insondable, como intuyó Baudelaire, encuentra el alma su espejo.

La mirada de Maynar se convierte entonces en mirada sumergida, sus paisajes en mundos submarinos, sus miradores en balcones hacia el interior. En muchos de sus cuadros (Gestación, Caverna I) aparecen motivos ondulantes, que se deslizan, inasibles y esquivos a la sujeción de la forma, con la incontinencia muelle del medio fluido. Son paisajes oleosos, líquidos, materializados en la sustancia huidiza de los sueños, en el compuesto informe del inconsciente. Porque el agua, símbolo del elemento primigenio, aquél que contiene indiferenciadas todas las formas en germen, imagen de la potencialidad infinita de lo informe, es también metáfora del subconsciente, y por ende, de la creación artística. Los miradores de Maynar nos invitan, pues, a asomarnos a los abismos profundos de donde brota la fuerza creadora, a adentrarnos por laberintos sinuosos en un viaje a la semilla.

En el fondo de la materia crece una vegetación oscura; en la noche de la materia florecen flores negras. Ya traen su terciopelo y la fórmula de su perfume (Gaston Bachelard)

El filósofo francés Bachelard definió la materia como “el inconsciente de la forma” y describió esta “imaginación material”, que está en la raíz misma del proceso creador, como una fuerza que, siguiendo las “ensoñaciones de la materia”, se dirigía hacia el “fondo del ser”, hacia lo primitivo y lo eterno, en la búsqueda de esas imágenes preformales, dúctiles y mutantes, que la vista sólo “nombra”, pero que la mano “conoce”. El sendero por el que nos conduce Maynar discurre por estos territorios imprecisos, por los vericuetos sinuosos de esta geografía ignota, hacia esas imágenes ocultas, maleables y huidizas, que se reproducen continuamente metamorfoseadas al momento en otras nuevas, que apenas estructuran unos ritmos germinales, un principio de orden, declinan al instante en un devenir incansable de formas. Una eternidad palpita en el interior de la materia sin llegar nunca a aflorar en superficie, a congelarse en un tiempo, atrapada en el tejido de malla de la piel del paisaje.

En una bella metáfora Paul Klee imaginó al artista como un árbol, que hundía sus raíces en el subsuelo y por cuyo tronco circulaba la savia, la fuerza creadora de la materia-fuente, de la que brotaba el fruto, la obra de arte. Klee entendía el artista como medium, como canalizador de la potencia engendradora la naturaleza. Para el pintor suizo, como para Maynar, su tarea no consistía en imitar la naturaleza como forma ya consumada (la mimesis) sino en tanto poder generador de nuevas y cambiantes imágenes. En las pinturas de Maynar late el pulso de esta vida subterránea bajo la piel del paisaje, un palpitar que va roturando arrugas y cicatrices en esta epidermis que es geografía física y geografía humana.

 

 
Imágenes de la Exposición
Desde el jardín

Entrada actualizada el el 26 may de 2016

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