Los animales de Juan Cuéllar no tienen voz. Permanecen encerrados en su propio ser y cualquier posibilidad de ser activados como agentes de los relatos ha sido cancelada. Se les ha arrebatado el poder imaginario de decir, de decidir, de razonar. Como en una contra-fábula, están limitados en su pasividad, en su silencio, pero tampoco han sido restituidos a su estado natural, porque han padecido una irreversible domesticación llevada hasta el extremo de la mutilación. Han sido cruelmente artificializados sin recibir nada a cambio. Conservan su propia belleza como una forma de resistencia y nos miran desde el patetismo de las víctimas.
Entrada actualizada el el 01 jun de 2018
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