«De manera intuitiva, siempre que puedo, intento huir de la ciudad y acabo hallando refugio en los campos que la rodean.»

Casi siempre he vivido en la misma ciudad: mi ciudad natal. De hecho, muchos de mis familiares y amigos han hecho como yo, siguiendo la tendencia mediterránea -no precisamente por ser unos enamorados de esta población- a nacer, vivir y morir en el mismo lugar, intentando mantener la tribu unida de una manera casi inconsciente.

En el año 2005 empecé a fotografiar los paisajes del entorno de mi ciudad.. Siempre he sentido un especial afecto por esos espacios tan frágiles, que viven amenazados por la euforia constructora y el crecimiento urbano. Son la frontera de muchos ámbitos: ciudad y naturaleza, luz y oscuridad, ruido y silencio. Con el tiempo, esos espacios se han convertido para mí en ... pequeños refugios de serenidad. Al caer la noche, cuando la oscuridad se extiende sobre esos campos, todo se transforma: lo real en irreal, lo vulgar en esencial, lo evidente en misterioso. Es como si cada lugar se resguardara en su propia intimidad y se dejara acariciar únicamente por esa suave luz de la ciudad. Y es en esa penumbra donde los sentidos se agudizan y dan paso a un mundo de imaginación y emoción.