Descripción de la Exposición ------------------------------------------------------- ------------------------------------------------------- Carlos Clementson De siempre, pues, Paco Luque alimentó su vocación y sació su sed de formas y belleza con estos terrenales alimentos que le brindaron los grávidos y suculentos horizontes de su campiña cordobesa. Desde su centro medular de Santaella, la suavemente redondeada y carnal ondulación de su paisaje fue siempre el modelo que de una manera inconsciente fue reclamando su atención de escultor y modulador de formas. Formas maternalmente femíneas y carnales como son las que se reiteran casi obsesivamente ante los ojos del viajero que recorre estos campos que el artista contempló y vivió desde su infancia. Sus esculturas -figuras casi paisajes- son su forma personal de captar y plasmar estos agrarios horizontes, estos campos ubérrimos, pero también de esforzado trabajo y laboreo, que luego fueron transparentándose formalmente en la telúrica ondulación sensual de sus desnudos y suaves líneas femeninas, en estas mujeres lentas y solemnes, casi majestuosas, que nos recuerdan, en la plenitud exuberante de su humanidad, la gravidez cereal de nuestros campos. Paco Luque trasfunde en esta ocasión, para la presente exposición, su vivencia estética y cordial de sus paisajes natales en suculentas formas femeninas, en carnales apoteosis de sensualidad y ternura, como son los que representan estas figuras prometedoramente juveniles o supremamente maternales en su fecunda plenitud, desde la humanizada calidez de sus arcillas y sus bronces. Niños, mozas, madres, símbolos de la vida en su incesante devenir, asumen en sus obras la múltiple expresión de esa vida y la fruitiva recreación artística de su plenitud y su hermosura. Pero en esta ocasión, para la presente exposición que hoy nos congrega, el escultor se ha sentido atraído por la misteriosa fascinación cabalística de los números, por su simbología y capacidad de sugerencia. Y de todos ellos, ha sido el 3 -la tríada, la trinidad de tantas religiones y mitologías-, la abstracta perfección desigual de su concepto, la que lo ha seducido y fascinado en sus cavilosas cogitaciones. Ha alumbrado así el escultor su trabajo más reciente bajo este común denominador numérico y simbólico. De modo que la exenta individualidad de sus creaciones aparecen en esta ocasión especularmente multiplicadas por tres. Así sus monumentales volúmenes personificados todos ellos por la suculenta corporeidad rotunda de la figura femenina en maternidades, infantes, mujeres-torero, e incluso ampulosos desnudos como los que integran su muy plástica y actualizada interpretación de las Tres Gracias, de tan acrisolada representación en la historia de las artes y de la literatura. Las Gracias, o las Cárites según su primitivo nombre griego, fueron las hijas que tuvo Eurímone -nacida ésta del Océano y de Tetis- de sus amores con Zeus. Son unas hermosas jóvenes a las que se acostumbraba a representar en número de tres, desnudas y cogidas por el hombro. Fueron en un principio consideradas antiguas diosas de la vegetación, y confundidas frecuentemente con las Horas; con el tiempo pasaron a ser asociadas a la belleza, el arte y las actividades del espíritu en general. En Roma fueron convocadas bajo el nombre de Gracias. Ellas fueron las que tejieron el velo de Harmonía, y fueron las compañeras de las diosas, acompañando sus cortejos y banquetes con sus cantos y sus danzas. Aunque Homero, sin embargo, cita a Cárite, en singular, como esposa de Hefesto, sus nombres suelen ser Áglaye, Eufrósine y Talía. (Paco Luque, en esta ocasión, nos da una interpretación muy personal de las mismas). Como hemos anticipado estas agraciadas fi guras mitológicas, personificación de la belleza femenina, inspiraron a gran número no sólo de pintores y escultores como Lucas Cranach, Cánova o Arístides Maillol, sino a poetas de la antigüedad como el griego Rufi no, en el siglo III de nuestra era, o el italiano Hugo Fóscolo, autor del esplendente poema neoclásico Le Grazie. En la Antología Palatina, podemos leer el sugerente epigrama de Rufi no, titulado "Las Calipígenes", o "las de hermosas grupas", inspirado en el mito de las gracias, y que, como leve comentario lírico, traduzco para la presente ocasión: Tres muchachas mostráronme sus espléndidas grupas. Cual copas exquisitas son las nalgas de Mirto, de perfil sin defecto; de rosas y azucenas las blandas redondeces de Cleo, la de amable, sinuosa hendidura. Mas las de Rhea ondean jubilosas cual mansas olas estremecidas. De ellas árbitro fui. Entre menor belleza antiguamente Paris hubo de dar su premio. ______________________________ Desde muy niño tuvo siempre el hoy escultor Paco Luque las formas de la tierra ante sus ojos. Si bien él nació en Córdoba ciudad, en 1948, muy pronto sería llevado a la localidad de Santaella, en pleno corazón de la campiña, cuyo ondeante paisaje de lomas y colinas suavemente redondeadas incidirá, con el tiempo, en la curvilínea plenitud de sus opulentos desnudos femeninos, esas expansivas, casi invasoras figuras del campo de nuestra mirada, que pueden ser entendidas como auténticas divinidades telúricas de una arcaica y arraigada religión de la tierra, de la Madre Tierra, tal como estatuariamente la profesa nuestro artista. Puedo decir que conozco sus obras desde sus comienzos, desde los primeros momentos en que su autor fue dándola al público en sus primeras exposiciones hasta la espléndida monumentalidad del magno homenaje a la campiña y a su pueblo, que inaugurado este verano, preside los quehaceres agrarios y locales de su pequeña patria de adopción con la tajante y simbólica dimensión de su imponente forma casi maternal. Cuando contemplé sus primeras figuras, cuando contemplamos la opulenta plasticidad de estas formas femeninas de Paco Luque, ante todo, y desde sus iniciales creaciones, percibimos una íntima irradiación de sosiego, una especie de secreta fuerza tranquila, la impresión de una cálida onda de plenitud en reposo. Experimentamos la más elemental sensación de la existencia, la que toma de inmediato posesión del espacio con la luminosa y rotunda plenitud de sus volúmenes, de su forma vital. Y si, según los cánones más estrictos, la escultura ha de ser pura presencia formal más que vaga narratividad descriptiva, limpiamente se cumplía tal precepto, de clásicas resonancias, en la forma de aquellos desnudos femeninos y en sus acogedoras maternidades, en sus muy características bañistas, reiteradas una tras otra, en aquella primera exposición que contemplé, reiteradas una tras otra, en su disposición espacial en la sala, como un paisaje carnal de muy profundas perspectivas. Aquellas figuras -creo recordar- no pretendían transmitirnos anécdota o efusión emotiva alguna; afirmaban su esencia; simplemente eran; como un árbol, un prado, una cala, o una densa y pausada colina, como las de nuestra campiña, de formas tibiamente redondeadas y llenas de armonía. No había pretensión ideológica o patetismo alguno al margen de la forma pura, que hablaba por sí misma, y sólo de sí misma, con su erguida presencia y su mero estar ahí, gloriosamente. No pretendía su autor representar entonces ninguna lección o mensaje, sino una severa, aunque dulce, voluntad constructiva, que se resolvía bellamente en todas aquellas fi guras en un perfecto equilibrio de ritmos casi estáticos y latentes como los de la tierra. "El paisaje es el hombre", y tan enraizado está el creador a su tierra -su oficio es el de la tierra, hecho, adánicamente, con barro y carne de su tierra-, que la cálida plenitud de sus formas, la rotunda serenidad de estas figuras tan pacíficas y reposantes, tan tranquilizadoras en su bienestante sensación de paz solar, como ya he insinuado, parecen inspirarse en el suave y grávido paisaje sosegado de esas mismas lomas y alcores de su campiña, en las mansas ondulaciones de sus dilatadas perspectivas, a las que tanto parece adaptarse la densa orografía de estos cuerpos y de este humano paisaje en bronce y terracota que Paco Luque pone ante nuestros ojos. No hay sensación alguna de misterio en estas formas. Todo en ellas es evidente, tangible, constatable por la mano y el ojo que se demoran y muy sensualmente se recrean en estos ofrecidos desnudos tan gloriosamente naturales, y, por supuesto, sin conciencia de culpa. Una sensación de sano equilibrio vital, de serena clasicidad un tanto rústica y tonifi cante, de aire puro y oxigenado parece emanar de esta prieta orografía de muy barrocas carnalidades femeninas, dotadas del natural estatismo de esas suaves panorámicas de vaguadas y colinas de nuestros campos, de la tácita plenitud de la tierra. Estos desnudos y bañistas yacentes al sol del verdegante mar cereal de la campiña, tan ubérrima y oferente, despliegan ante nuestros ojos un sereno paisaje humano, o una humanidad predominantemente femenina, interpretada a través de las apacibles y familiares ondulaciones que el escultor ha ido teniendo siempre ante sus ojos desde niño, y que han sido las formas primigenias que le han ido revelando el mundo; formas que él, emotiva y estéticamente, ha ido interiorizando con los años para después alumbrarlas en estas entrañadas fi guras bajo el signo del arte. Tales formas exudan serenidad y salud, frescor; una salud ciertamente agraria, franca y abundante. De ellas trasmina una autosuficiente condición de plenitud vital, física y espiritual al mismo tiempo, una oxigenante claridad de amplios horizontes; casi nos atreveríamos a apuntar que una casi inconsciente felicidad de existir. Estas formas afirman una satisfecha plenitud existencial; afi rman un ser que es un estar, pero un estar ahí, a nuestro lado, nacidas porque sí, como los mismos dones de la tierra. Pues, al fin y al cabo, este tan sensual sistema escultórico, de formas plenas y ceñidas, en reposo de tan grávidas, y dulcemente redondeadas, no hace sino sintetizar con un criterio de reducción a lo esencial, y bajo la casi maternal femineidad de sus líneas, la visión y el sentimiento que el artista tiene de la Naturaleza. Estas macizas arquitecturas corporales en actitud de descanso, de abandono o de entrega, parecen asumir las indolentes e inocentes actitudes de la madre tierra, de ese espacio de colinas apaisadas y suaves, nítidamente perfi ladas por la luz, y preñadas de su fecunda promesa cereal, que el artista tan profundamente conoce. Esta agraria terrenalidad carnal de las figuras de Paco Luque, tan claras, tan frescas, tan ingenuas y elementales en la geórgica plenitud de sus ritmos y volúmenes, son formas que están ahí, ante nuestros ojos, y que muestran la misma inocencia telúrica de esas mansas redondeces casi maternales de la campiña cordobesa, de ese antiguo mar geológico que hace millones de siglos estaba ocupado por las aguas; figuras que llegan a ser, o así se le aparece al que escribe, las mismas formas de la tierra.
La obra que presenta en la Galería Carmen del Campo está compuesta de escultura, en terracota y bronce, y una serie de quince grabados realizados en punta seca, aguafuerte y aguatinta. Tanto en la escultura como en el grabado, podemos contemplar un estallido de la curva, una opulenta plasticidad personal que nos ofrece Paco Luque. Los volúmenes son dotados con una atrayente sensualidad, contundencia y gracia, a un mismo tiempo, que atrapan al espectador. La exposición está estructurada en series de tres esculturas, en las que se recalca más el diálogo entre las formas, más alguna pieza individual.
Premio. 11 abr de 2025 - 16 may de 2025 / Bilbao, Vizcaya, España
Ayudas 2025-26 para la realización de proyectos artísticos con cesión de estudio en Bilbao Arte
Formación. 30 oct de 2025 - 11 jun de 2026 / Museo Nacional del Prado / Madrid, España