Los cielos que pinta Dolores Guerrero no son paisajes. Desprovistos de toda imaginería figurativa, desnudos, instalados en la más pura abstracción, se nos antojan creaciones mágicas. Digo mágicas y remacho con énfasis el adjetivo mientras afirmo que, para mí, esos cielos sugerentes, brumosos o claros, plomizos o luminosos, alegres o trágicos; están cargados de magia en la medida en que evocan otra cara de la realidad, la que no es aparente, la que vamos a descubrir cuando el prestidigitador agita la tela, la hace discurrir y aparece con delicadeza inusitada la sorpresa y el contradictorio equilibrio de lo que parece imposible.
Pero lo mismo que hablo de magia, pudiera hablar de poesía y afirmar que de la rica y equilibrada paleta de Dolores vuelan (o salen del aire donde después permanecen) manchas que también pueden verse o mejor, leerse, como
... versos azules o grises, matizados por albas, ocasos, galaicas “brétemas” de su Lugo natal o presagios oscuros de tormenta de verano. Versos delicados, tenues, evocadores y certeros que describen cielos diversos y cambiantes o van mucho más allá y retratan estados del alma.La pintura de Dolores Guerrero nos hace soñar, describir vuelos libres en un cielo imaginario, elevarnos en la búsqueda de aquello que la pintora quiere y consigue atrapar. En esos cielos hay magia, sonoridades, olores, movimientos y versos limpios, lienzos o páginas cargadas de poesía.
Entrada actualizada el el 26 may de 2016
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