Es viernes y Mc está en el jardín, día radiante, el azul se posa en todos los espejos. Los azules se multiplican y mestizan, se adensan y adelgazan ofreciendo una gama prodigiosa. Y se convierten en mural por donde circulan desheredados, ironía, humor, lúdica constancia y un cúmulo de contrarios que mira al futuro sin cegar el retrovisor.

Mc acaba de llegar de su paseo y encuentra a Felisberto y Clemente Colling, que pregunta insistente por el piano. Como es ciego, su color es la oscuridad y no tiene conciencia exacta de la escena. Entre tanto, las sillas silban, las plantas cantan y los objetos se ponen a dialogar entre sí, de forma compulsiva. Mc coge el pincel y sus aerosoles y principia a reflejar en los lienzos lo que ocurre. No es un carnaval, ni un exorcismo. Es un ... encuentro de generaciones sucesivas, cada una sin bajarse de su carro.

El azul protagoniza todos los espacios. Y el verde manzana y el negro y el fuego anaranjado, entre luces fluorescentes que van animando la tramoya. Por allí aparece un yupi, se tumba y desde el suelo tiene sueños en los que desfilan muñecas y maniquíes, libélulas y nigromantes. En otra esquina, en concierto programado, los fans bajan música de Bach. Hay tangueros y menestrales, que cruzan el escenario, aturdidos por los sonidos y la liorna. Y ciclistas aparcan sus máquinas y comienzan a saltar.

Mc confiesa que su día preferido es el viernes y en esos días todo sucede de manera bonita. Nada está quieto, los esqueletos danzan, los cigarrillos arden, en maxilares encajados; las gafas saltando de un sitio para otro y los perros, inquietos, miran el trasiego de lámparas y focos y mueven la cola con desconcierto. El perro de Mc también pinta, o al menos, tiene el lomo con manchas de pintura y se pone zalamero cuando huele a trementina; mira los cuadros y ladra o se revuelca ante ellos.

Felisberto observa, no dice oxte ni moxte, está en su salsa, mientras Colling pregunta por todo aquello con desgano, pues si no le dejan tocar, tampoco importa. El sol sigue luciendo claro, los objetos, gracias a Mc, se van colocando en los lugares y cuando se quieren dar cuenta, se han ubicado en el tiempo y en el espacio.

Alguien tan aparentemente alejado del orbe plástico actual, como Francisco Rodríguez Adrados, en una tercera de ABC, escribe hoy: 'Y la cultura mínima progresa, pero la de alto nivel cae en todas partes, quedan los especialismos. La Historia se convierte en una colección de curiosidades. En los nuevos museos no hay tiempo ni espacio, son mezclas caóticas'. Felisberto sonríe y dirige una sinfonía con una orquesta imaginaria.

Se miran, pero no se ven. En los cuadros que Mc ha preparado, emerge un orden que proviene del caos que vivimos. Lo cotidiano narrado en clave de historieta, otros dirían cómics, en la que las imágenes nos van contando cuitas y sucesos. El diálogo, entonces, se dibuja, en una composición instintiva equilibrada de figuras y cromías.

Felisberto, sin disimulo, se dirige al escenario y hace una reverencia, pero en lugar de tocar el piano, baila con un autómata articulado; como es voluminoso, no lo puede asir entero y el muñeco se descompone ante los aspavientos desolados de su comparsa. El ciego también quiere bailar, ya que no toca, pero no agarra a nadie y se pone a valsar, con torpeza, intentando atrapar un haz de luces, que inundan de arco iris la estancia.

Hay personajes, con aspecto respetable, que se encogen de hombros, sin saber qué papel juegan en el aquelarre. Y enanas que buscan unos zancos para no pasar inadvertidas. Los grifos, de repente, cantan canciones líquidas y el agua jocosa se desborda ante el regocijo general. Hay flores que se mustian y otras que enloquecen. ¿A qué huelen las magnolias demenciadas? Hay vida, movimiento, hurmiento, despilfarro, duende, sueño y ritmo en ese festival de gentes y de cosas que caminan, en el que todos quieren tener su rol, por mínimo que sea, sin pensar su sentido ni en entenderse.

Mc va muy aprisa, por algo fue corredor profesional, pero pide calma a sus seguidores y que se relajen, en este quinto encuentro público, donde extrema la coherencia. Un lenguaje con el que dice lo que vive y lo que siente, que no hace falta traducir, porque se siente. El ciego alaba sus pinturas y el pintor se mosquea, sin menoscabo.

Algunos se muestran reticentes, por lo insólito. No lo es tanto, si se tiene en cuenta el medio y dónde ha bebido Mc, que trabaja dentro de una escultura monumental. La abuela de Felisberto resucita, oronda y mandona, quiere confraternizar con el abuelo de Mc, pero el patriarca, no está para cuentos y no tiene ojos más que para lo que hace el nieto, que va a pasos de gigante por un camino, que él conoce, incierto. Los padres de Mc, no hablan, otorgan y alucinan ante un evento inesperado, soñado.

En 'Por los tiempos de Clemente Colling', recuerda Felisberto Hernández: 'cuando no se sabe de lo que se es capaz, tampoco se sabe si su sueño es vanidad u orgullo'. Cuando alguien sabe que a donde tiene que ir es a lo más profundo de si mismo, el camino es más corto, si la madurez lo orienta y si los potentes focos no le deslumbran.

Cuando son pocos, ahora, los que se recuerdan a Barjola, Quirós, Fraile, Delacámara, Arjona, Gles... Está bien que Mc lo haga, construyendo eslabones que unen el arte de tiempos distantes en un solo. Algo parecido a lo que ocurre en la poesía de T. S. Eliot.

Esta pintura hecha en viernes, une tradición y futuro en un presente apabullante. El arte viene del arte, aquí es más evidente todavía. No cabe la vanidad donde hay orgullo en buscar la naturalidad y la prosapia. Sin tradición no hay nada, sólo con ella, información. El futuro es un animal desconocido y hermoso, si te preparas conscientemente, nunca dejarás de reconocerlo, cuando aparezca, tenga el disfraz que tuviere.

Es viernes y Mc está en el jardín, suena herido el saxo alto de Charlie Parker, Felisberto se aleja, pensando en sus Hortensias, y conduce a Colling. Se oyen voces, parece que no hay nadie, los espacios y las horas relajados conversan. El instante pinta lo que acontece; afuera, el mundo sigue, desconociendo la meta, enloquecido o confiado, esperando...Y Mc lo pinta.