Por ello le hemos visto inquieto, en el marco de un concepto y forma que como cordón umbilical recorre toda su escultura, coimplicándose en el espacio desde diversas miradas que inquieren a la fruición estética, al sentimiento y al pensamiento.Así, por ejemplo, aquella que, lo plantea con un lenguaje más expresivo y lírico, como un texto poético y pictórico de arquitectónica conformación.

También lo recuerdo en una larga trayectoria de espacios acotados con formulación más plana, en su propio silencio, en el de la naturaleza, en el de la figura humana, caminante o quieta, ascendente o descendente, en su soledad; buscando el autor en sus piezas una pureza formal, una clara relación entre la configuración de la obra y su marco propio.

Posteriormente, en su obra se articula el lenguaje y la vivencia, de manera inducida o expresa, en conjuntos de arquitectura de más estilizada geometría, como muros abiertos que hablan de un mundo cerrado, de la semántica de un devenir por donde circulan nuestros miedos y muros que combatir en el logro de la libertad; del misterio, en definitiva, de una obra artística que se refugia en él para trascender su sentido más esencial.

Hay otro conjunto de esculturas en donde los bloques se integran en un ambiente que los atrapa, según una subjetividad, una vibración existencial; en volúmenes que confirman el espacio que los rodea, o como árboles escultóricos por donde como ramas desplegadas por el azar se modulan finas arterias metálicas que se retuercen y ondulan, a las que se cuelgan pequeñas figuras que pueden connotar el desamparo o la sorpresa del ser humano frente al fluir propio, autónomo, azaroso más que causal de la naturaleza. subjetividad, una vibración existencial; en volúmenes que confirman el espacio que los rodea, o como árboles escultóricos por donde como ramas desplegadas por el azar se modulan finas arterias metálicas que se retuercen y ondulan, a las que se cuelgan pequeñas figuras que pueden connotar el desamparo o la sorpresa del ser humano frente al fluir propio, autónomo, azaroso más que causal de la naturaleza.

Actualmente, y éste es la obra más numerosamente expuesta en esta muestra, sus estructuras espaciales se amplían, siguiendo las nítidas y limpias formas metálicas de sus planos geométricos -hierro y aluminio especialmente-, constructivista y minimalista, hecha de materiales oxidados o muy pulidos que generan zonas de luz y espacios sombra, significativas de los hostiles paisajes por donde circula nuestra compleja existencia. Porque lejos de dejar estos espacios vacíos, que podrían sugerirnos vacíos cósmicos metafísicos, Moisés Gil introduce desde siempre la presencia de la figura humana, alejándose de lo metafísico, para introducirnos en el ser y devenir de lo físico, en la experiencia de su presencia frente a un mundo concreto. Y lo hace desde un planteamiento narrativo, contándonos las historias a través de figuras de aluminio que se vislumbran prototipos de sus angustias, miedos, represiones, abandonos y zozobras. En esta ocasión agrandan su tamaño y su solidez, alcanzando, pues, una mayor presencia en la amplia estructura que lo circunda.

En esta escultura hay, por otra parte, una maduración en su conexión histórica con las vanguardias de principios del siglo XX, especialmente con las racionalistas constructivistas y las expresionistas más espirituales, como el propio Moisés nos dice. Y es que nuestro escultor inspirándose en el discurso de nuestra postmodernidad recoge de la historia, reinterpretándolos y asociándolos, movimientos artísticos fundamentales en la razón de ser de nuestra modernidad cultural y artística.

Floriano de Santi nos recuerda al gran intelectual Giaime Pintor cuando advertía que el río de la genialidad ya había recorrido todos los días, y que a los sucesores solo les quedaba la sensación de la recomposición o de la redefinición -o incluso la moderación- de estos mismos conceptos. La reflexión se dirigía a la cultura europea, de Coleridge al surrealismo, comparando el viejo y nuevo romanticismo. Y es que mientras las viejas generaciones tenían sed de trascendencia, de nivel metafísico, las de hoy, en cambio, desean un moral y concreto en el desorden que se vive, de momentos estables ligados a la lucidez de las ideas e intenciones.

Así pues, en el caso de Moisés Gil el compromiso ético de su arte se hace presente en un trabajo escultórico permanentemente dirigido a un proceso no tan solo de fruición estética, que también, sino especialmente de constante experimentación y reflexión alrededor de su lenguaje, de su conciencia y el mundo, de la relación con el ser humano y sus horizontes de indefinición y misterio; del ser humano aislado en su propia soledad. Un resultado que continúa haciéndonos pensar y emocionar.