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La galería Marlborough (Madrid) presenta a partir del próximo 21 de marzo Excavaciones con alrededor de una decena de carboncillos sobre papel del pintor Rafael Cidoncha.

Para Ignacio Gómez de Liaño 'Cidoncha no busca en las ruinas los encantos aparentes en los que se deleitan los pintores del dieciocho. No busca remedar su amable y melancólica pulsión ensoñadora. En sus ruinas no hay ni bellas columnas, ni aparatosos pórticos, ni poderosos arquitrabes, ni grandiosos arcos. En ellas no hay ningún trofeo. Ni el menor atisbo de hedonismo. De ese hedonismo que nunca falta en las ruinas de los artistas del dieciocho que, al fin y al cabo, se han criado a los pechos del rococó. Por no haber, en las ruinas de Cidoncha no hay ni siquiera ensoñación culterana, erudita, pedagógica. ... Lo que hay es otra cosa.

Lo que el artista pone ante nuestros ojos son masas de piedras informes y de rotos sillares, una acumulación de arqueológicos detritus que afloran en una tierra áspera y ruda. Y lo que con esas extrañas y pétreas composiciones de lugar quiere decirnos, es: «No tengo la menor intención de encantaros con mis ruinas, ni de que disfrutéis según las consabidas pautas. Lo que quiero es invitaros a mirar dentro de vosotros mismos, como yo lo estoy haciendo ahora. Esta, esta es mi excavación. Y eso es lo que de verdad me interesa.» En efecto, el artista utiliza las ruinas y el estado de excavación que aquéllas revelan para hacernos algo así como el relato de su historia profunda, para representarnos el estado de su psique. Pues, aunque he dicho que no hay en las ruinas de Cidoncha ensoñación culterana o erudita, lo que sí hay en ellas son «sueños de psicoanalista», o sea, representaciones oníricas del alma'.

Porque 'las ruinas escogidas por Rafael Cidoncha hacen referencia a un mundo preclásico, incluso anticlásico. A veces se asemejan a laberintos en los que el visitante corre el riesgo de quedar atrapado entre muros hasta que en una vuelta imprevisible vaya a su encuentro el Minotauro u otro monstruo semejante. A veces ese laberinto aparece jalonado de tumbas que una tromba de bárbaros hubiera profanado y que se ofrecen al visitante con las pétreas tenazas de sus brazos abiertos. A veces aparecen como una escalera que conduce al mundo subterráneo, a las profundidades de la psique, esa entidad a la que los antiguos veían como una sombra flotante, para acabar descubriendo que allí, al fondo, alguien se confiesa como Oscar Wilde en el tremendo De profundis que escribió en la cárcel de Reading a ese monstruo de la superficialidad que fue lord Alfred Douglas. A veces las ruinas de Cidoncha se elevan en forma de construcciones cuyos muros de informes piedras muestran negras aberturas que parecen conducir al reino de las tinieblas'.

Según Gómez de Liaño: 'Al mirar atentamente una de sus construcciones con forma de talayot -la que tiene una negra entrada flanqueada por dos grandes y lisas lascas de piedra-, me di cuenta que en esas acumulaciones de pedruscos roídos por el tiempo el artista había acertado a unir dos facetas antitéticas de lo visible: lo objetivo y lo subjetivo, lo literal y lo delirante. Pues noté que algunas, incluso muchas de las piedras eran ellas mismas -piedras- y otras cosas -rostros, hocicos, raros monstruos- y entreví, en algunos casos, un inesperado y original eco del surrealismo de Dalí y de las composiciones anamórficas hechas con piedras de Antonio Pitxot'. En definitiva 'Rafael Cidoncha, en estos comienzos del siglo veintiuno, no quiere en absoluto que a la vista de sus ruinas, situadas en medio de la soledad y el yermo de los eremitas, nos abandonemos a la ensoñación de un mundo bucólico y pastoril, ni tampoco a la de los maravillosos viajes de los grandes de la Tierra. Lo que quiere es que nos fijemos en lo elemental y que la contemplación de sus excavaciones oriente nuestra mirada a lugares dedicados a la introspección y aún a la penitencia. A lugares que sirven para contemplar un tiempo muerto, la caducidad de todo lo que nace, y, también, para esperar, mientras el contemplador se ensimisma en ese mundo desfalleciente y deshabitado, que el arte produzca el milagro de su resurrección'.

Rafael Cidoncha es uno de los artistas más representativos de la vigorosa vertiente figurativa mantenida en la pintura española de las últimas décadas a partir de la sugestiva combinación entre el realismo más crítico y sustancial con la transfiguración onírica de los objetos cotidianos. Merced a esta mezcla, tan rica en resultados expresivos en los más diversos géneros artísticos de nuestra cultura contemporánea, ha sabido compaginar el cultivo del retrato con la más intimista indagación en la inquietante observación de esa realidad analizada en sus soberbios interiores o naturalezas muertas. De ese cruce entre la tradición y lo nuevo, el artista extrae una potencialidad única para vibrar a la par de su época, haciéndose portavoz de las tendencias, preguntas o dudas del hombre contemporáneo, lejos de cualquier autocomplacencia o cesión al gusto dominante. El eterno tema de la fugacidad, la melancolía y la lucha despiadada del alma con el tiempo, parece haber encontrado así una de sus miradas más modernas en sus renovadas alegorías del cambio y la transformación antigua de lo real.

Su obra está presente en numerosas colecciones internacionales, entre las que podríamos destacar: Biblioteca Nacional (Madrid), College de France (París), Colección Duques de Alba (Madrid), Colección Forbes (EEUU), Fundación Pedro Barrié de La Maza (A Coruña), Colección Ministerio de la Presidencia (Madrid), Colección Ministerio de Medio Ambiente (Madrid), Museo de Baltimore (EEUU), MNCARS (Madrid), Palacio de la Zarzuela (Madrid) Colección Príncipe Loewenstein (Inglaterra), Colección Yves Saint Laurent (París), etc.