Exposición en Madrid, España

Fernando Botero. Homenaje en su 90 cumpleaños

Dónde:
Fernando Pradilla / Claudio Coello, 20 / Madrid, España
Cuándo:
20 abr de 2022 - 07 may de 2022
Inauguración:
20 abr de 2022
Precio:
Entrada gratuita
Comisariada por:
Organizada por:
Artistas participantes:
Descripción de la Exposición
Fernando Botero y el placer estético Por Fernando Castro Flórez Fernando Botero se definió en cierta ocasión como un pintor “realista post-abstracto”, añadiendo que sus composiciones parten de leyes cromáticas y de formas: “en muchas ocasiones pongo un cuadro de cabeza para percibirlo como una obra abstracta. [...] Necesito total libertad cuando se trata de proporciones, por ejemplo, si preciso de una pequeña forma en algún lugar del cuadro, puedo reducir una gura”. La estética de este gran creador colombiano tiene que ver siempre con una idealización, esto es, con la construcción de un mundo ilusorio. La narratividad figurativa de Fernando Botero enlaza con la “felicidad intemporal de la visión” de la que hablara Aldous Huxley, como apertura de un lugar de contemplación subjetiva en el que intervienen la ensoñación y el reconocimiento de formas. Botero quiere, sin ningún género de dudas, crear obras bellas. Sus pinturas presentan un mundo reconocible y, al ... mismo tiempo, enigmático e inquietante, como si estuviéramos inmersos en un clima de suspensión. La familiaridad está atravesada por una suerte de ensoñación o, mejor, por una estilización; su poética de la “deformación” no tiene nada de provocación expresionista: no le preocupa la dimensión psicológica de los personajes sino la construcción de un prototipo. Picasso, al que Botero dedicó un ensayo adolescente, manifestó con frecuencia su oposición a un vanguardismo incapaz de dialogar con la tradición. De la misma forma, Botero mantiene un diálogo permanente con la historia del arte, como también está siempre atento a los placeres de la corporalidad. “El caso de Botero –advierte Ángel Kalenberg- es significativo en la historia del arte por haber mostrado que el cuerpo humano sigue siendo el modelo insuperable para hacer consciente al público de las transformaciones plásticas”. La gura ocupa enteramente el espacio de la pintura, en una imaginación de explícito horror vacui que conduce a cierto manierismo. Junto a la rememoración subjetiva de la corporalidad se encuentra la influencia de los grandes maestros, especialmente de los pintores Giotto, Piero de la Francesca, Masaccio, Velázquez, que aprendió a amar en sus primeros viajes a Italia, estudiándolos sistemáticamente con el que podemos calificar como su libro de cabecera: The Italian Painters of the Renaissance de Berenson. Fue precisamente en una parodia del retrato de la familia Gonzaga de Mantegna, titulado La camera degli sposi (La cámara de los esposos), donde Botero enuncia con rotundidad su estética deformante; con ese cuadro gana en 1958 el Primer Premio del Salón Nacional de Bogotá. Marta Traba señaló que en esa obra se encuentra articulada toda la poética de este artista: “Desde entonces hasta ahora -escribe en su libro Dos décadas vulnerables en las artes plásticas latinoamericanas. 1950-1970- el andamiaje que sostiene su pintura ha sido siempre el mismo: destrucción del equilibrio entre forma y espacio que la contiene, de manera que la forma se expande y amenaza ocupar el espacio, bloqueando toda corriente circulatoria”. Si la paráfrasis de Velázquez o Leonardo da Vinci fueron decisivas, tampoco podemos olvidar el impacto de Diego Rivera que, según ha subrayado el propio Botero, “nos mostró a los jóvenes pintores centroamericanos, la posibilidad de crear un arte que no tenía que estar colonizado por Europa. Yo me sentía atraído por su carácter mestizo, la mezcla de culturas antiguas, indígena y española”. La exageración de las formas del pintor mexicano fue desarrollada por Botero sin mimetismos en una línea completamente personal. Aunque se alude, con frecuencia, a lo grotesco o incluso a la caricatura para comentar la obra de este artista, lo cierto es que no es, en ningún sentido, un caricaturista: “Al igual que casi todos los artistas –declara Botero- empleo la deformación. Los fenómenos naturales son deformados en mayor o menor medida, rectificados de acuerdo con la composición”. En numerosas entrevistas ha declarado Botero que sus obras no están nunca basadas en la contemplación del paisaje o de la gente: el origen es la experiencia del sujeto. Este creador piensa que solamente se puede ser universal si uno está rmemente enraizado en su propia parroquia. Un hombre con tantos viajes realizados, con estudios en diferentes países, con un estilo que ha llegado a convertirse en un icono universal, resuelve sus obras en una especie de “inmovilidad”, sin dejar de tener su imaginación siempre enraizada en su tierra. “Con ironía no desprovista de humor, Botero –declara Ivonne Pini- realiza un retrato mordaz (aunque afectuoso) de situaciones que forma parte de la realidad latinoamericana”. En cierta medida, este maestro de las naturalezas muertas parece sugerirnos que la realidad social, los grupos humanos, son también vanitas. A Botero las peripecias “surrealistas” de la existencia colombiana le divierten y su pintura, dar cuenta de lo cotidiano, deja de lado la severidad del sermón político o la admonición moralizante. Alberto Moravia percibió en la obra de este pintor una familiaridad desazonante, como si esa vida que se desarrolla indolente y pacíficamente estuviera marcada, secretamente, por el desastre y la crueldad. No todos los “sueños” de la obra de Botero son, por tanto, dulces o divertidos, también aparecen las pesadillas, las imágenes del sufrimiento o el testimonio de la crueldad, como es ejemplar en su serie sobre las torturas de Abu Ghraib. Aunque las figuras de Botero nunca han querido tener “alma”, este creador está obsesionado con los recuerdos. Su pintura está asentada, en cierta medida, en la nostalgia, ofreciéndonos los momentos suspendidos del júbilo, pero también llevándonos a rememorar la tristeza e incluso el dolor. Aquel “tiempo de la siesta” del que hablara Severo Sarduy se desgarró en los cuerpos de los torturados en la llamada “guerra contra el terrorismo”. También podemos pensar que el tiempo redondo colombiano une los extremos de las imágenes de los delitos contra la humanidad en una prisión de Irak con el cuadro Mujer llorando que Botero pintó en 1949 o con aquellas escenas de prostíbulo como La casa de Mariduque (1970) en las que aparecen detalles que son malos presentimientos (moscas que ocupan ese espacio del placer). Para este pintor que siempre ha tenido en mente la definición de Poussin de la pintura como una interpretación de la naturaleza con formas y colores que dan placer, siendo fundamental transmitir la alegría de vivir junto a la sensualidad de las formas. Aquella extraordinaria “fuerza vital” que Vargas Llosa encontrara en las obras de Botero se condensa con singular claridad en la serie que dedicó al circo. Ese es un mundo de ternura y magia, análogo al del pintor que tiene que hacer sus propias “acrobacias”. A Botero que no le gusta lo inacabado (entendiendo que el dibujo no es un croquis sino una obra con dignidad propia); le preocupa conseguir llegar a lo que denomina “solemnidad sublime”, algo semejante a aquella serenidad que contemplara en Piero de la Francesca. “Creo –dice Botero- que hay muchas posibilidades para un artista en Latinoamérica, pero básicamente, a mí lo que me da, es la capacidad de crear obras basadas en un mito y en una poesía”. Esa alegría (a pesar de todo) ha sido la clave poética de toda la obra de este gran maestro que ha intentado reformular la idea de la belleza de forma admirable. Botero cumple 90 años y es, sin ningún género de dudas, un momento oportuno para rendir homenaje a esta artista excepcional. En una conversación con Juan Cruz en 2019 recordó que en su familia no había algo así como una tradición artística: “No sé por qué empecé a dibujar toros, paisajes, naturalezas muertas, por qué vino la gente a mis cuadros... Lo cierto es que a los 19 años yo quería ser pintor. Y mi madre me dejó. A los 19 ya hice la primera exposición y lo vendí todo. Lo primero que hice verdaderamente boteriano fue una mandolina. Me atrajo la amplitud y la generosidad del trazo exterior de su cuerpo y la pequeñez de la boca. Esa obra fue mi punto de partida. Figuras grandes y pequeños objetos al lado. Tardé 15 años en hacer lo que se llama un botero de principio a n, pero fue insistiendo en la misma idea y en el mismo universo. La madurez del estilo depende del trabajo, toma mucho tiempo. Y ahí vinieron los personajes, los boteros. No tenía influencias visibles, había coherencia, resultado de una obsesión que parte de la mandolina”. En los cuadros, dibujos y esculturas que se presentan en la Galería Fernando Pradilla en esta muestra de abril del 2022 sigue sonando esa música simpática tan característica de Botero. Desde obras maestras como La carta (2018) a su visión de Courbet en el campo (2018), de unas guras de Carnaval (2016) en las que encontramos un cambio de escalas tremendo hasta una apetitosa sandía en una Naturaleza muerta con espejo (2003), de una escultura en mármol de una mano, realizada en 2005 y Una mujer de pie con fruta (2011), a un hermoso Florero (2002), podemos recorrer las temáticas habituales de Botero. En las acuarelas que ha realizado recientemente vemos una familia o una pareja, el baile o unos músicos, dos borrachos y un hombre fumando, una mujer oronda que se peina desnuda ante un pequeño espejo o incluso a Adán y Eva dispuestos a comer del árbol “pecaminoso”. Un dibujo a tinta de 1981 nos muestra a Botero de espaldas dibujando una naturaleza muerta, con las frutas enormes y la guitarra desproporcionada. Esa realidad exuberante confirma que, como el mismo Botero dice, “el destino del arte, sobre el dolor o la belleza, es procurar el placer estético”. Fernando Pradilla organizó su primera exposición en el colegio San Carlos con sesenta obras de Fernando Botero en 1973 cuando era un adolescente; desde entonces no ha dejado de tener relación con este artista que es, en todos los sentidos, un clásico-contemporáneo. En los cincuenta años de actividad de este galerista siempre ha mantenido su admiración hacia el gran artista colombiano, exponiéndole en Colombia, en España, en New York y en numerosas ferias de arte por todo el mundo. Sin ningún género de dudas, Botero es el creador crucial para Fernando Pradilla, un referente incomparable al que rinde el más sentido homenaje. Botero es una gura referencial tanto del arte latinoamericano cuanto una gura crucial de la escena artística internacional. Tremendamente popular, dotado de un estilo propio, con un dominio técnico que le ha llevado a realizar magníficas pinturas, esculturas y dibujos. Las últimas acuarelas que ha realizado y que se exponen en la galería de Fernando Pradilla demuestran que no ha perdido ni su brillantez ni su honda pasión. Más allá de las modas efímeras y de los discursos críptico-“curatoriales”, Botero ha sido el a su imaginación y ha materializado aquella sugerencia de Stendhal según la cual la belleza puede ser una promesa de felicidad. Incluso en este tiempo desquiciado, cuando la catástrofe nos rodea, necesitamos un arte que ofrezca un mínimo de esperanza. Botero, con modestia y lucidez advierte que “afortunadamente la pintura es inagotable y nunca uno tiene la impresión de que ya aprendió a pintar”. Desde hace décadas no deja de regalarnos un mundo idealizado, unos sueños con cuerpos de imponente presencia, sugiriendo que tal vez podríamos conseguir eso tan raro que llamamos “vida buena”.

 

 

Entrada actualizada el el 03 may de 2022

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