Hay un arte que tiene mucho que ver con hacer de lo cotidiano un lugar íntimo. La pintura, la escultura, la música buena han tenido siempre un espacio cercano, doméstico y sensible para su creación. Es una tradición que recorre en líneas paralelas Oriente y Occidente y que hoy parece relegada por la inmediatez, el ruido y el espectáculo.
La pintura de Marta de la Sota se empapa de esa tradición. Sus óleos tienen el primor y la exactitud de los interiores de la pintura holandesa del siglo XVII. Sus retratos, como entonces, conservan la virtud de la luz y la mirada. Sus abstracciones nos traen la atmósfera del tiempo suspendido del mundo japonés, sorprendida, a veces, por una exótica flora y fauna salida de algún cuento sufi.
Marta aprendió desde niña, como antaño, a
... pintar en el seno de un “taller” familiar, con sus padres, hermanos, tíos y primos, ocupados en recrear una atmósfera en la que sentirse a gusto dando a cada cosa su tiempo y su realidad.Su extrema facilidad para el dibujo no es disculpa ni pesada carga, es asombro, humor y delicadeza. Como ella.
Entrada actualizada el el 26 may de 2016
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