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Esta Exposición es un homenaje plástico de 9 Artistas Cubanos y donde la esencia de la misma es y refleja el ensayo que escribió Juan Gil-Albert sobre el amor entre hombres, Heracles.

Este homenaje es un acto de supervivencia dentro de una maraña mal enredada. Es un acto de riqueza dentro de una situación decadente, dentro de una cultura pobre de espíritu llevado a un orden mal comprendido. Es un acto iluminador paralelo a una política semejante. No es un acto de heroísmo, es un impacto compartido.

Juan Gil-Albert es una 'Criatura Afortunada', es un Místico Anarquista, es un Príncipe, es una Raza, es un Modelo de Amor, es lo Privado, ... es lo Insólito, es una Manera de Ser.

Debería, me gustaría escribir 'qué decir de Juan Gil- Albert, que no se haya dicho', pero no es así. No lo escribió en Inglaterra o en Francia.

Este ensayo lo escribió en plena dictadura franquista en una España negra, él se pone a mirar desde el mediterráneo a Grecia y el Renacimiento. Activa un acto literario para modificar un orden. Decir si tardo 20 años en ver su publicación o decir que solo es la tercera edición, quizás es rico, pero no. Es pobre.

Cada hombre posee en sí mismo el principio de su obligatorio destino o de sus deberes de conducta.

El hecho de que los artistas fuesen isleños para este Homenaje a Juan Gil-Albert, me parecía algo muy importante. Sus propuestas distintas en sus diferentes medios hacen cruzar un lenguaje a la altura de los disconformes.

Se non colá dove gioir s'insempra.

'Como islotes viven, y en ese aislamiento, entre apacible e inquietante, no sólo que los circunda, si no que son, se consuma su soledad. Si atraen a su ribera algún cautivo, o un extravagante viene a ellos por ganas más que por gusto de lo raro, ellos le ofrecen entonces la naturalidad de su isla, el colorido propio de su vegetación, el canto de sus pájaros, el olor de su especie; el clima de su soledad. Las islas son, por lo regular, placenteras, y de origen volcánico. Nadie que no es isleño se retarda. Solo el nativo necesita, imprescindiblemente, de la acción de ese arrullo constante, de la permanencia, ilimitada, por decirlo así, de sus límites propios. El visitante siente la curiosidad, prueba de aquellas aguas, se abandona por algún tiempo, se extasía en todo caso y, pasando el influjo y la no verdad de su asueto, se va. Necesita bajo sus pies la sensación de la tierra firme. Una claridad queda suspendida en su recuerdo, como nos sorprende, de pronto, en un interior, el breve trazo de una acuarela.' Juan Gil-Albert.