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Los años sesenta aportaron una mirada especial y nueva sobre el libro como soporte artístico. En su origen están el perfeccionamiento y abaratamiento de los medios de impresión, la extensión de movimientos en los que el elemento conceptual tiene gran peso (Fluxus, happening, performance, land art...) y un florecimiento sin precedentes de la poesía experimental. Se trata de libros que a menudo ofrecen un aspecto corriente, pero que han sido concebidos como una obra de arte. Al mismo tiempo, muchos artistas comienzan a controlar de manera muy directa las publicaciones que acompañan sus exposiciones, haciéndose conscientes de que a través de ellas comunican sus trabajos y, por tanto, de la importancia que tiene su elaboración formal y su contenido. Son años en los que se investigan medios alternativos a los museos y galerías para la difusión del arte, buscando un contacto sin intermediarios ... entre creador y espectador. El mundo se estaba haciendo cada vez más pequeño, camino de la aldea global que anunciaba McLuhan, y el libro es reconocido como un soporte de eficacia incomparable para alcanzar los lugares más recónditos a través de la red de medios de transporte que cubre el planeta, independizándose de los canales tradicionales de distribución de la obra de arte. Barato y transportable son dos características que lo convierten en el vehículo preferente para la tan deseada y proclamada democratización del arte. Estas ideas trazaron una frontera ideológica con los libros de alta bibliofilia, elaborados artesanalmente, de tirada limitada y precio alto, dando lugar a un fenómeno que ya en su origen tenía una vocación internacional que no reconocía fronteras.

Al mismo tiempo que aparecen estos libros de autores singulares, los artistas se apropian también de la idea de revista, ensamblando trabajos de diferentes autores, bien ajustándose al formato tradicional de estas publicaciones, bien conservando el concepto, pero pervirtiendo su forma para dar lugar a las combinaciones más insospechadas dentro de un contenedor que los unifica. Es llamativo que la mayor parte de estas revistas se enviaran por correo.

La exposición se hace eco de la disolución de un marco conceptual inicialmente restrictivo, que etiquetaba como libro de artista sólo el que estaba concebido entera y exclusivamente por éste, pues el mismo concepto de autoría también entró en crisis. Tampoco hizo falta mucho tiempo para abandonar cualquier idea previa sobre las características que han de tener estas publicaciones. Tomando el medio al asalto, los artistas se apropiaron del espacio impreso cada vez que tuvieron la oportunidad, dando lugar a toda clase de híbridos imposibles de reducir a una tipología. Para comprender estas obras es importante no olvidar que, en general, su creación es producto de un esfuerzo colectivo en el que colaboran muchas personas -desde los procesos fotomecánicos hasta los talleres en los que se realiza la impresión, las editoras, los distribuidores, etc. En este sentido es necesario señalar que el diseñador gráfico ocupa un lugar destacado, convertido en estrecho colaborador del autor, de forma similar a lo que ya venía sucediendo con las técnicas tradicionales entre el artista y el maestro grabador o litógrafo.

Esta exposición presenta por primera vez una visión general de las publicaciones producidas por artistas españoles durante algo más de cuatro décadas. Al ser tan extenso su objeto, ha sido necesario establecer de forma un tanto arbitraria unos límites que lo hicieran abarcable. Salvo alguna excepción que sazona el recorrido de la muestra, han quedado excluidos los numerosos libros y revistas generados por la poesía experimental española, así como las publicaciones cuya autoría principal hay que remitir a los diseñadores gráficos.