Si el arte refleja la vida, y en multitud de ocasiones la vida no se nos presenta tan compartimentada y clara como podríamos esperar, la obra de Ignacio Alcázar (1963), expuesta en la Galería Movart a lo largo del mes de marzo, retrata de una manera muy personal esta parcela de la existencia que se resiste a ser catalogada o etiquetada. Como si de un juego visual se tratase, el artista lanza un testigo al espectador introduciéndolo de lleno en su discurso creativo, en el que se van a dan cabida numerosos elementos que entrelazan el espacio y el tiempo de una forma muy personal.

Como protagonistas de este particular puzzle artístico, una serie de personajes, ajenos a todo acontecer, son ubicados en espacios en blanco y contextos difícilmente reconocibles. El conjunto será completado ... con la introducción de algunos elementos que van a agudizar esta sensación de extrañamiento: tornillos, brújulas, mobiliario urbano, insectos y animales... serán algunas de las herramientas que el artista emplee para construir esta paradoja visual cimentada en la repetición.

Así, exprimiendo las posibilidades técnicas de la impresión, el artista resalta los diferentes matices que resultan de este modus operandi, confiriéndole a cada elemento un toque especial que hace que cada uno sea diferente al resto. El resultado final entroncará con el concepto de eterno retorno, y cómo el bucle cerrado de la propia existencia puede verse alterado por la inserción de pequeñas dosis de humor.

La muestra se completa con una serie de retratos con posibilidad de encargo, en los que se resalta de forma especial la mirada, entendiendo esta como el único reducto puro y esencial del ser humano.