Descripción de la Exposición Escribía Junichiro Tanizaki (en 'El elogio de la sombra', Siruela, 1994) que 'si Oriente y Occidente hubieran elaborado cada uno por su lado, e independientemente, civilizaciones científicas bien diferenciadas, ¿cuáles serían las formas de nuestra sociedad y hasta qué punto serían diferentes de lo que son?' para luego concluir que 'posiblemente sería lícito pensar que los propios principios de la física y la química, considerados bajo un ángulo distinto al de los occidentales, habrían tenido aspectos muy diferentes a los que hoy en día se nos enseña en lo que respecta, por ejemplo, a la naturaleza y las propiedades de la luz, de la electricidad o del átomo'. Tadanori Yamaguchi nació y se formó en Japón, allí expuso sus primeras obras antes de asentarse definitivamente en Asturias. No es casual comenzar con una referencia a Tanizaki: recuerdo mis paseos con Tadanori por el cementerio donde se encuentra la tumba del escritor, hace 15 años, en Kyoto, durante el otoño, sobre un parque entonces cubierto por hojas de cerezo. Tampoco es casual esta referencia a ambos mundos que Tadanori representa, tan diferentes y tan complementarios. Más ambiguo aquél, más concreto éste. Con distintas apreciaciones del espacio y del tiempo. Toda la obra de Tadanori reflexiona sobre estas diferencias y el sentido de lo efímero. O la vivencia del espacio o el sentir del tiempo, la congelación de un instante o una pieza que desaparece por el fuego o retorna a la naturaleza de la que procede. Tadanori es la expresión de dos mundos y sabe transmitirlos, ponerlos en diálogo, enriquecerlos. Siempre, toda su obra. Él mismo. Quizás hay ciertas diferencias entre sus primeros pasos japoneses, más constructivos, y su obra madura asturiana, siempre conceptual. Aunque su lenguaje expresivo sea el mismo, más allá de los soportes o los materiales que utiliza. Su obra siempre transmite sensaciones de peso y densidad o de levedad extrema, del mármol o el granito al papel o las varillas de bambú, pasando por las texturas translúcidas y ambiguas del ónice, de la escala más pequeña a una intervención urbana, siempre en diálogo con el entorno, piezas que parecen haber estado ahí, en lugares que no serían lo mismo sin ellas; hasta elementos mobiliarios, una mesa o una lámpara, en la mejor tradición de otro japonés universal, Isamu Noguchi. El Tadanori japonés, miraba hacia los minimalismos contemporáneos, admiraba a Richard Serra. Ahora, el Tadanori de Pravia, desde la esencia de éstos, aporta una nueva sensibilidad, más intensa y enriquecedora. No, tampoco es casual la cita de Tanizaki, sobre cómo los conceptos físicos de un pensamiento fríamente racional (occidental) han afectado la manera de vivir, 'las formas de la sociedad'. Hasta formalmente son concebidos bajo 'un ángulo (probablemente) distinto'. Otra manera de vivir la estética. Otra manera de sentir la vida. Ya no en los aspectos científicos concretos sino en las maneras como nos afectan. Cómo las vivimos. Pero la física y las matemáticas también tienen en cuenta la belleza, la belleza de una explicación simple o cómo de una idea formal (agujeros negros, la teoría de las cuerdas) nacen principios científicos. La historia sigue en Asturias. Tadanori se casa con una asturiana y, hace algunos meses, nace su preciosa hija. Y Tadanori profundiza en esta nueva experiencia afectiva, la belleza de lo mínimo que es el Todo. Pero esta vez lo mínimo no es sólo un ismo ni tampoco lo formalmente esencial: es el origen de la vida, el origen de ese Todo, desde el big-bang hasta la formación de una célula y su desarrollo, qué es un ácido y qué una molécula, cuándo aparece la vida. Lo mínimo originario es un punto de masa cero y energía enorme, una explosión, una expansión. Tadanori ve una explosión de hierros que se esparcen radialmente desde un punto primigenio o una convergencia (él alude a la banda de Moebius, pero intuye la teoría de las cuerdas o lo que también podría ser un proceso no lineal) un nudo, una maraña de hierro sin principio ni fin, el 'orden dentro del desorden' o el mito del eterno retorno. Tadanori no es obviamente un físico ni un matemático pero, con la sensibilidad de su formación japonesa, su capacidad de identificación con la naturaleza, sabe intuir la estructura interior de ese caos aparente, extraer la esencia de la verdad. Y surge la vida, una esfera de Carrara sublima un compuesto inorgánico, acaso orgánico, una primera molécula, que se junta con otras moléculas, también de Carrara, una estructura de complejidad creciente. O unos gráficos impresos de esta complejidad -dice- como vista a través de un microscopio, buscando lo bello que hay en ella. Pero la belleza es la expresión de la verdad (Platón, San Agustín, Heidegger) y lo que es, es esencialmente bello. Tadanori actúa como notario de una manera de sentir la belleza, esa verdad que ha vivido con tanta intensidad. En realidad todo gira en torno a la idea 'célula', la palabra que más repite al referirse a esta exposición en la galería Cornión, a todo lo que hizo posible la célula y lo que la multiplicación de células puede llegar a crear. La vida. Vivir. Ikiru.
Premio. 01 abr de 2025 - 18 may de 2025 / Bilbao, Vizcaya, España
Exposición. 14 may de 2025 - 08 sep de 2025 / Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía (MNCARS) / Madrid, España
Formación. 30 oct de 2025 - 11 jun de 2026 / Museo Nacional del Prado / Madrid, España