Cada obra dispone de su propia historia. Cada vez que doy comienzo a un viaje desde un punto indefinible y asombroso, que me intriga enormemente. Todo se puede convertir en este punto de partida.

El momento, la sencillez y la línea constituyen el acto de dibujar. El dibujo es una zona donde muy poca está determinada. Este terreno representa una libertad sin límite y se caracteriza por la fugacidad y por el experimento. Por otro lado, el instante de estilización también puede suceder. Por excelencia, el dibujo ofrece la oportunidad de representación directa. Es posible que a la línea decidida se sigue el toque remoloneado.

Se puede considerar mis colages diarios como observaciones juguetonas y francas. Forman momentos alegres en los que estoy creando imágenes sin pretensiones.

No, no necesito ... tantas cosas para la representación. El alfabeto de motivos puede ser muy limitado: perifollos sobre mi mesa, la imagen invertida, un cántaro, un lavabo llenado, carne. Un abrigo. Luz. Y algo más. Juntados en distintos configuraciones generan una interinidad. Mi interinidad: un campo personal donde un recuerdo visual evoca otro.

EN MARCHA

Hace nueve años, dos amigos convinieron en un proyecto. Durante un año, harían un dibujo diariamente. La idea se fundó en el método de trabajo de un calígrafo japonés. Este convenio desembocaba en un costumbre. Al entrar en mi estudio, una hoja inmaculada está esperándome. Dibujar es ejercitar los ojos, los dedos y la mirada interna y externa. Se está poniendo en marcha el ser creador. En un plano pequeño sobre mi mesa, estoy calentando para la superficie que ocupa una pared.