Recordemos la figura del artista de cámara y su relación con la persona que encargaba la obra. Sus funciones como productor plástico estaban claras, su trabajo estaba más delimitado que en épocas posteriores.

El concepto de objeto de representación también estaba bastante acotado. Una de sus funciones más destacadas era dar fe de lo ocurrido en los acontecimientos sociales: retratos, paisajes, actos de estado, escenas cotidianas.

Ese objeto de representación se ha ido diluyendo con el tiempo. Tras las vanguardias el producto se define de otra forma, el objeto de representación tiene que ver más con los intereses del productor plástico. Al ir ... desapareciendo la figura de cliente y encargo, la función notarial del arte también desaparece.

¿Qué ocurre cuando intentamos devolver esa función, pero el motivo central de la obra plástica es menos concreto, menos tangible? Si aislamos un caso del proceso de creación de la vida (por ejemplo, la creación del ser humano) para ilustrarlo, el resultado se aproxima a la exactitud científica. Pero cuando situamos la creación de la vida como término genérico que queremos representar, nos encontramos con un concepto totalmente abstracto.

El trabajo de Daniel pretende de alguna manera esto: levantar acta de aquellos procesos abstractos de la vida, ser su artista de cámara. Para ello construye objetos que los representen. Estos nacen de la relación entre diferentes símbolos que ilustran un determinado momento.

Surge ahora otra pregunta, la elección de lo representado ¿está realizada de una manera caprichosa? Si volvemos a recuperar los conceptos de cliente y encargo, que hacían de esta elección un ejercicio rigurosamente profesional, nos damos cuenta de que no es algo caprichoso o casual. La diferencia reside en quién determina lo que debe ser representado: en esta ocasión, es solo el compromiso honesto de señalar los momentos inconcretos de la realidad, de los que el autor es testigo.