Ítaca permanece siempre en nuestro ser más profundo, es lo que somos. Ítaca conforma nuestra existencia y devenir, nuestra topología del amor y permanencia. Son las raíces que nos persiguen toda la vida.

Este trabajo quiere representar la vivencia, recuerdo y permanencia de los lugares sobre los cuales siempre vuelvo de una u otra manera y en los cuales nada me es ajeno.

En un intento de reconstrucción y búsqueda de mi propia esencia a través del espacio, comencé a fotografiar aquello que me resultaba propio e íntimo, busqué imágenes que jalonaban mi memoria con el color y la forma de la que se tiñen los recuerdos, con esa aura de confusión e idealización que acompaña todo lo que nos es grato.

Poco a poco fui reconstruyendo mi arqueología emocional, a través de ... los lugres comunes en los que habitó mi infancia, y por los que se desarrolló mi adolescencia. Los que en mi búsqueda insaciable, siempre me acompañaron retina en mano como lugar-refugio, y que de forma onírica a través de las imágenes, fueron condensando mi arraigo a la Tierra; a la casa matriz, en la cual muestras huellas son las grietas en piedra del tiempo.

El trabajo, aún inconcluso, (sospecho que siempre lo estará, pues uno nunca acaba de estar al día con sus emociones), llegó a puertos inesperados al toparse con la muerte en su camino,pariendo así una nueva vertiente en él; la de los vacíos. La de los recuerdos que se prenden del pecho; los vacíos habitados por olvido.

El tiempo, loto de Ulises, veneno voraz que nos aleja de Ítaca, en algún bordo inesperado, se convierte en dulce brisa que nos devuelve al lugar común, al refugio donde todo permanece.