Regreso a los fondos marinos, a los paisajes de profundidad abrumadora y perspectiva infinita, regreso al orden y el caos de cada una de sus pinturas. Javier Rodríguez regresa.

En el 2009 fue la última vez que presentó su trabajo en la sala lagunera de Estudio ARTIZAR, una serie que se tituló, con precisión casi quirúrgica, Naturaleza caprichosa. Representaciones naturales con una fuerza descomunal envolvían las pocas muestras de humanidad que se arriesgaban a danzar por los lienzos.

Siguiendo con su más que significativa pintura, Rodríguez vuelve a reinventar el concepto de surrealismo barroco con el que nos ha regalado tantas y tan buenas sensaciones en los últimos años.

Basta con clavar la vista en una de sus últimas creaciones para descubrir como algo atroz o ... maravilloso está pasando justo frente a nosotros, en primer plano. Una batalla o una bacanal, una génesis o un final, algo que sólo el creador sabe y que el observador procura descifrar. Todo mientras a lo lejos, en un plano posterior o lejano, la paz se apodera del lienzo, quietud sostenida por la magnífica solemnidad de los colores que mejor definen la calma. Como si cada obra nos demostrara que somos afortunados, que estamos en el lugar y en el momento adecuado.