La obra de Jordi Castells parte de una óptica feísta radical de signo expresionista que practica la deformación permanente de lo real para resaltar su aspecto más grotesco. Barras de bar, pistas de baile, escenarios noctámbulos donde deambulan seres degradantes inmersos en una angustiosa danza corpórea. Sabor amargo, la sonrisa se convierte en mueca, el gesto en pantomima, espasmo. Se trata de una obra gráfica que se configura como un catálogo de retratos sociales, de fragmentos de cotidianeidad que desvela la miseria ética, el poder del dinero, la hipocresía social, las transacciones sexuales… en definitiva, el proceso de decadencia de toda una colectividad. Son imágenes arquetípicas que se aplican a la disección crítica de los valores vigentes de la contemporaneidad. No queda títere con cabeza, la estética de Castells es una enérgica bofetada a la cara de la civilización occidental.