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José Moreno Villa es un exponente de la mejor tradición intelectual que representa la llamada generación del 14 y, más en general, la Edad de Plata de la cultura española. Sin embargo, todavía hoy su vida y su obra son relativamente poco conocidas, aunque ambas sean de las más intensas y originales de su época.
En poesía, Moreno Villa, nacido en Málaga en 1887, recorre un camino muy peculiar que le lleva desde el postmodernismo de sus primeros trabajos, hasta la proximidad a la llamada generación del 27, en cuyo contexto estético escribe sus principales libros: Jacinta la pelirroja (1929), Carambas (1931), Puentes que no acaban (1933) o Salón sin muros (1936).
Su estrecho vínculo con el grupo del 27 y con la joven literatura se inicia a través de la relación que establece durante los años veinte con Salvador Dalí, Federico García Lorca, Luis Buñuel, Emilio Prados, Adolfo Posada y José Bello, entre otros, en la Residencia de Estudiantes, donde Moreno Villa vivió siempre -excepto durante
dos breves periodos de ausencia-, entre 1917 y 1936, desempeñando tareas informales de tutor «a la anglosajona» de los residentes, o de responsable de las publicaciones de la casa, como hombre de confianza de su director, Alberto Jiménez Fraud, de quien era amigo desde los tiempos de su juventud en Málaga.
En diferentes escritos, ambos aludirán a esos años juveniles en los que se forjó su fraternal y permanente amistad y en los que, junto a Ricardo de Orueta, Manuel García Morente, Gustavo Jiménez Fraud y Bernardo Giner, entre otros, formaron parte de la «peña malagueña», como ellos mismos se llamaron. Son los años de las tertulias y reuniones en casa de Orueta o de los hermanos Jiménez Fraud, de la organización, en 1906, de las conferencias de Miguel de Unamuno, mentor del grupo junto con Francisco Giner de los Ríos, o de la breve aventura de la revista Gibralfaro, en 1909.
En su libro de memorias Vida en claro, uno de los más hermosos y emocionantes testimonios de la época, publicado en México en 1944, Moreno Villa evoca los años heroicos en los que compartió piso, ya en Madrid, con parte del grupo malagueño, así como el momento en que Alberto Jiménez Fraud le propone ir a vivir a la Residencia. Las páginas de estas memorias dibujan con detalle el intenso intercambio de ideas y estímulos creativos que el grupo encabezado por Dalí, Lorca y Buñuel compartió durante aquellos años de convivencia en la Residencia, a la que, con honda nostalgia y admiración, Moreno Villa se refiere como «aquella institución ejemplar y única en España» que, según sus palabras, lo fue seduciendo y lo retuvo durante cerca de veinte años. Recuerda su privilegiado enclave y sus instalaciones, la serenidad y orden de su vida diaria, los creadores de todo el mundo que pasaron por ella (Howard Carter, Albert Einstein, Max Jacob, Paul Valéry...) y a los españoles que la frecuentaron de manera más o menos asidua, como Ortega, Unamuno, Alberti o Falla, entre tantos otros. Describe también las tertulias en torno al piano protagonizadas por Federico García Lorca, o el juego poético de los «anaglifos» que se extendió entre los residentes. Ese particular ambiente de estudio, de investigación y de creación literaria y artística que gravitaba en torno a la Residencia de Estudiantes en unos años que fueron los de su máximo esplendor.
Tanto en sus textos como en los dibujos que le dedicó, Moreno Villa acertó a plasmar la particular atmósfera de la Residencia, su casa durante veinte años, en la que también él dejó su impronta. Otro residente, Jesús Bal y Gay, en sus recuerdos de la Residencia escritos también en México, dedica un largo apartado a glosar la atracción e influencia que ejerció sobre él la personalidad de Moreno Villa:
Andaluz muy fino -y este calificativo es casi un pleonasmo-, daba a todo lo que hacía un aire de juego. Pero no por frivolidad, sino por esencial sencillez, naturalidad y modestia. Lo mismo en la pintura que en la literatura que en el diálogo, Moreno le había retorcido el cuello a la elocuencia y se mostraba siempre con un estimulante aire deportivo. Calaba hondo en muchas cosas, pero para volver enseguida a la superficie. Pocos espíritus conocí tan libres [...]. Con aquellas conversaciones, con aquel verle pintar y con las visitas colectivas que, bajo su dirección, hacíamos al Museo del Prado los sábados después de comer, ejerció una influencia decisiva en mis gustos de orden plástico.
Poco después del comienzo de la guerra civil, en 1937, se inicia para José Moreno Villa un exilio que habría de ser definitivo. Con cincuenta años se ve forzado a abandonar España y, tras instalarse en México, a empezar una nueva vida.
En México, donde se instala gracias a los buenos oficios de su amigo el embajador Genaro Estrada, se reencontrará con Enrique Díez-Canedo, José Gaos, Manuel Altolaguirre, Emilio Prados o Luis Cernuda, entre tantos otros, y proseguirá pintando y exponiendo, escribiendo y publicando poesía y ensayos sobre arte, y participando en las iniciativas de los intelectuales españoles afincados en México.
Allí se casó con Consuelo Nieto, viuda de Genaro Estrada, con quien tuvo a su único hijo, José Moreno Nieto, que ha sido el primero en donar la biblioteca y el archivo de su padre a la Residencia de Estudiantes en esta segunda época.
Entrada actualizada el el 26 may de 2016
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