En un texto reciente sobre la pintura de Jubany, la calificábamos de arte del no-ser, de lo que no existe fuera de sí mismo, y apuntábamos las limitaciones de la razón, del lenguaje, delante del arte, que, como decíamos, tiene poco que ver con la razón, por no decir nada.

Añadamos que el arte visual debería ser abordado no sólo con la palabra, sino con el arte de la palabra, y no frontalmente, sino en paralelo, y bien al margen del género degenerado donde escribe y rescribe la crítica de arte ortodoxa.

Entonces se debería redactar algo que, alegóricamente, remitiera a la pintura de Jubany, por sí misma, sin referentes ni límites, y, por extensión, como arte del no-ser.

Ahora bien, ¿qué es el no-ser? Intentemos dar una respuesta. Podríamos comenzar presocráticamente y, ... además, invirtiendo la lógica: el ser no es, y el no-ser es; pero el ser, al no ser el ser, es a la vez el no-ser, mientras que el no-ser no puede ser el ser, por consiguiente, el ser es y no es, ya que al ser, también no es, y al no ser, igualmente es, y por eso la escalera que sube y la escalera que baja no son una sola escalera, y sin embargo la subida y la bajada sí son la misma cosa, aunque cuando subimos no bajamos, y cuando bajamos no subimos por ninguna escalera; por lo tanto, esta escalera no es, y nosotros tampoco somos si no es como manifestación del no-ser inmanente al ser, cuyo no-ser hace que el ser sea el ser, aunque siendo el ser a la vez el no-ser, su existencia es cogenerada por el no-ser, por el cual el ser es tan configurado como por sí mismo; en consecuencia, todo es y nada no es, y si nada no era, el Todo sería conocible, y si era inconocible, sería pensable e incluso expresable; y este ser en el no ser del no-ser no es sino una epifanía inexistente de la nada emanada del no-ser, de lo que no es ni puede ser, ergo, el ser es el no-ser y, entonces, es al no ser.

Y podríamos continuar con el argumento sofístico de que la escalera que sube es la que lleva al conocimiento de la obra de Jubany, que es así mismo la escalera que no baja, aquella por la cual, sin embargo, bajamos después de no haber conseguido saber qué es el no-ser, o más exactamente, qué es el arte de Jubany como arte del no-ser.

De todo ello deducimos que enunciar que el arte de Jubany es el arte del no-ser es hacer un enunciado, y fijémonos en que esta tautología que acabamos de hacer niega, al fin y al cabo, el razonamiento, como lo hacen todas las tautologías; y advirtamos que un enunciado –una aserción que no necesita explicaciones- es, de hecho, una tautología. Por otro lado, sí, el arte del no-ser es el arte del no-ser, lo es, y no obstante, y paradójicamente, es al mismo tiempo el arte del ser, ya que es, existe, es arte, y, en consecuencia, el ser y el no-ser, tanto el uno como el otro, son arte y no son arte, hacen arte y no lo hacen, pueden adjetivar un arte o lo pueden aniquilar.

Es decir, y a modo de tentativa de conclusión, si de una manera racional queremos ir más allá de enunciar el arte de Jubany como arte del no-ser, nos enredamos, nos liamos, llegamos a no saber qué decimos exactamente. Pero gracias a esta deriva, comprobamos que el no-ser, que equivale a no ser, está presente en todas la piezas de Jubany, que son no-representaciones de sí mismas, puesto que no representan sino lo que representan, lo que significa que no representan nada, porque la representación de lo que es representado por esta representación anula el concepto de representación, hace que todas las mimesis queden fuera de la especulación sobre arte, que siempre es mimética, y hace que, como quería Schiller, la razón se aleje de la sensibilidad. Y de paso, recordemos que, para superar el conflicto entre lo que es racional y lo que es irracional, el presocrático Empédocles se suicidó tirándose al cráter del Etna.

La mudez del arte de Jubany exige silencio, y justificar este silencio, así como explicar los motivos de esta exigencia, únicamente conduce a la parodia, que, en este caso, puede dirigirse al arte de la palabra, a decir mucho para no decir nada, a sabiendas de que –aunque sólo fuera para decir- siempre se abren vías artísticas de especulación que no molestan ni a la contemplación ni a la percepción discreta de las pinturas de Jubany, que, todo sea dicho, no necesitan muletas de ningún tipo, son lo que son, y, como hemos visto, pueden abocar al absurdo, enriquecedor, los discursos de la crítica de arte.