Vallribera, dejando a un lado lo superfluo, y por su íntima vinculación a la tierra, se define por la pulsión del gesto, el esparcido del pigmento, el transito del pincel, el desplazamiento de la mano, la firmeza del rastro...

El gesto escribe y narra las vivencias de un momento único que materializa el acto de crear, prolongación de su discurso introspectivo y de sus ideas sobre la realidad.

Nada en la realidad tiene la estabilidad y el significado preciso de la forma, aludiendo a la continuidad imparable del tiempo y a la imposibilidad de retener el destino; como consecuencia de la exteriorización de las emociones producidas por el entorno.

La pulsión es ... su rasgo vital, nacida de la prolongación de sus sentimientos, que en la pintura oriental se corresponde con la caligrafía.

Contemplar la obra de Vallribera exige un esfuerzo mental y físico, debido al grado de implicación por mantener un dialogo entre contrarios; pero también por el impacto que establece con el receptor: directo, contundente, visual, sin disquisiciones filosóficas.

Gesto nervioso, ágil, que se permite el accidente estético para descubrir nuevas formas de comunicación. Conjugando términos relativamente paradójicos demuestra su libertad creativa, pasando de referencias figurativas al sugerente trazo sin definición formal, aplicando todos aquellos conocimientos que el arte del Siglo XX le ha transmitido.

Imagen, signo, caligramas, grafías, goteos, texturas, manchas, la luz, el espacio vacío, idea sugerida, objeto poético... son algunos de los recursos más idóneos un intento por conseguir una coherencia creativa. Ninguno de estos puede ser definitivo, al contrario, el anhelo de transgredir más allá de los límites del conocimiento dejan la puerta abierta a lo que todavía desconocemos.