Exposición en Caravaca de la Cruz, Murcia, España

Materia y forma II

Dónde:
Antigua Iglesia de la Compañía de Jesús / Mayor, 43 / Caravaca de la Cruz, Murcia, España
Cuándo:
07 jun de 2010 - 29 jul de 2010
Inauguración:
07 jun de 2010
Artistas participantes:
Descripción de la Exposición

En la distancia que existe entre el momento en que conocí a Juan José Quirós y éste otro en el que me piden mi opinión sobre su escultura, quizá no haya trascurrido tiempo suficiente para poder profundizar en lo que trabajan sus manos, bajo el concepto de su mente, y formar un juicio exacto, que quede exento de error alguno. Es probable que, debido a esa mesura que, obligatoriamente, debiéramos conservar con el mayor mimo quienes tenemos la osadía de comentar -nunca escribiré juzgar- la obra de un artista, los presupuestos queden cortos, con repercusión dolorosa para él, o se amplifiquen excesivamente, con lo que esto pueda entrañar de actitud carente de base y conocimiento de la materia opinable. Aún así, en determinadas ocasiones, -esta es una de ellas para mí-, el sentido de la ridiculez está ausente, porque uno cree que se trata de ... una iniciativa tomada con la mayor de las sinceridades, en las que poco tienen que ver las más profundos o leves conocimientos.

 

Cuando conocí a Juanjo Quirós -no me refiero todavía a su obra- me pareció un tipo espontáneo y veraz, más que desenvuelto, pero con el peligroso hándicap de que, en el multivariado mundo del arte, sus decires exponían unas ideas que no siempre podrían gustar a sus compañeros artistas, y que, a quienes viven ausentes de ese mundo creativo, podrían parecer irrespetuosos. Pero aquí, en esta falta de respeto, que tampoco hay que elevar hasta una altura capaz de superar bastiones invencibles, hallé yo un imán de sinceridad. ¿Y qué tiene que ver esto con su escultura? Quizá más de lo que, a primera vista, podamos pretender, máxime si limitamos nuestra visión a una faceta, que acaso brilla más espléndidamente que otras en la trayectoria de este todavía joven escultor. Diría que él no ha tenido reserva a la hora de demostrar de donde arranca el inicio de su manera de hacer; como tampoco la tendría en el momento de pregonar el cambio paulatino que ha ido arrebatando su obra, de una manera casi solapada, pero con la eficacia y la claridad que demuestran creatividad constante. Sería muy fácil relatar el carácter en la escultura de Quirós, pero se corre el riesgo temprano de que sería un proceso expuesto a una cortedad inmediata, porque uno está seguro de que, a la propia satisfacción que este artista asume como principal insignia, seguirán unos cambios que prometen ridiculizar a quienes, unos u otros, seamos capaces de atrevernos a conducirlo por un pasaje preciso, exacto, y a encerrar su quehacer en lo que por ahora ha sido su principal modo de manifestarse, como lo viene siendo la escultura religiosa. Luego intentaré exponer por qué. Y si, voluntariamente, me postergo, se debe, en la elemental lógica, a que antes está el presente, incluso el pasado que, en la obra de cualquier artista, también tiene unas resonancias ineludibles, que no es posible desdeñar.

 

No es preciso presenciar el trabajo de Quirós, para comprobar esa satisfacción ya citada y que demuestra, cuando se planta ante cualquiera de sus obras. Uno se imagina, que, tras ese rostro que parece ausente, en los momentos en que los demás queremos que nos preste la máxima atención, se esconde, sin duda, el pensamiento perenne en cómo iniciar, proseguir y culminar cualquier escultura, en boceto o definitiva que salga de sus manos. No creo que su capacidad se limite a unos principios, que avanzarán poco a poco, en función de la intriga que el barro le plantee. No. Las manos de Quirós, embebidas en sus quehaceres, deben haber recibido una irradiación mental, sobre cómo debe ser la trayectoria de la obra al completo. Al final, solo faltará la leve mejora, que viene a ser como el sello previo a la estampación de la definitiva firma artística. No se quiere decir con esto -a veces, los compromisos nos hacen perder la cordura- que cualquier obra salida de la mente y de las manos de nuestro escultor culmine transformada en pieza categórica e insuperable. No puede ser así, porque el más glorioso de los artistas eternos, junto a la majestuosidad de sus obras más ejemplarmente realizadas, nos han dejado otras, menos gloriosas, que nos son signo de la debilidad humanidad. Pero, por encima de estas consideraciones, lo que parece evidente, en la trayectoria de Quirós, es la fluidez absorbente en el manejo del barro, convertido en cuerpos, rostros y filigranas, quizá porque su manejador sabe dominar este material pobre, a la altura de otros grandes escultores. Es que de ellos ha aprendido en directo o a través de la mera contemplación de sus obras. El hecho de que domine un material no quiere decir que lo maltrate o que lo subyugue, que lo aplaste o que lo oprima. Muy al contrario: si nos fijamos en ese decorado hecho filigrana, que suele acompañar a sus obras, desde el inicio de su carrera, lo que debiéramos deducir es la insatisfacción personal que podría surgir en el artista, si acaso cada obra, o cada detalle de ella, no llevase plasmados esos síntomas de conocimiento, pero, sobre todo, de caricia, como prueba irreversible de unas buenas hechuras.

 

No hay que olvidar que ese trato del barro es para nuestro artista una predilección singular, porque él mismo es quien se atreve a decir que el barro tiene una preferencia que jamás podrán lograrla otros materiales en igualdad de condiciones. Quizá, también, por estas preferencias ?y perdón por la desvío-, Quirós se considera un enamorado de las figuras de belén, pequeñas, débiles, de barro, y no solo por los pasajes del belén en sí mismo, sino por cuanto, trasladados a la actualidad más cercana, se asemejan a nuestro convulso mundo actual. No se trata de que sigan sucediéndose los nacimientos divinos, pero sí de que estén en vigor y se hayan agravado problemáticas sociales que el mundo vive, como manchas eternas, en las que estará sumida la humanidad de siempre, como la llamada Huida a Egipto, actualizada como emigración. Para este y otro tipo de problemática Quirós muestra una sensibilidad especial, que pueden tener sus resonancias en esas esculturas, que ondean en varias localidades murcianas, y en las que, si unas reflejan al personaje popular, otras ejemplarizan situaciones más extendidas o que indican un momento trascendente en nuestra historia. Para esto recuerdo la monumental imagen del Santiago en el puerto de Cartagena. No es solamente una escultura del conocido y venerado apóstol; en ella se advierte un hálito de llegada, un gozo, tras la dura travesía, que parece exponer algo del mensaje social que, con el paso de los años, servirá para transformar la ideología religiosa de todo un país. En esta obra, como en muchas otras, el propio autor siempre ha reconocido que, si supo dejar plasmadas sus cualidades artísticas, a ello contribuyó su conocimiento cercano del hecho histórico que la figura recoge, y su creencia en la autenticidad de figura que estaba modelando y en el mensaje religioso que transmitió.

 

Y ya que, inintencionadamente, han salido a colación belenes y apóstoles, quizá fuera conveniente seguir por este camino de tintes religiosos, que Juan José Quirós ha seguido, artísticamente hablando, con tanta esplendidez, aunque se trate de obras que abarcan de una geografía más limitada y de unas apariciones únicas en un momento determinado. Habría que penetrar, sobre todo, en la Semana Santa cartagenera, sobre la que el escultor ha volcado, desde hace mucho tiempo, todo el sentir de su sensibilidad religiosa. ?Mi obra está llena de alma?, confiesa, porque se considera un creyente, sin mixtificaciones, sin sobresaltos; más bien, con la espontaneidad que ofertan unas creencias, que asume con espléndida naturalidad, y que, llegado el momento, dejan su reflejo en sus esculturas de vírgenes y santos, a través de unas pautas enmarcadas dentro del sentir clásico, y con recursos contundentes capaces de conseguir que el espectador se emocione ante el desfile sereno y silencioso a que nos obligan nuestras particulares tradiciones Es que, para seguir estas pautas, hay que sentirse penetrados de unos ardores anímicos que la mayoría de artistas posponen o eliminan, ante la posibilidad de unas opiniones indecorosas y retorcidas. El arte, más con la dificultad que entraña para que una obra escultórica quede completa hasta en su menor fragmento, es, en ocasiones maltratado y situado fuera de lugar, aunque se trate de un autor capacitado para superar a sus respetados maestros. Si no existe ese ardor anímico que Quirós confiesa sin recato, la escultura ?y más la religiosa- corre el riesgo de quedarse en un tronco transformado, pero frío, desangelado, insípido.

 

También -a propósito de maestros- Quirós, como siempre ha manifestado, y todo el mundo sabe- ha sido y se ha declarado discípulo de Sánchez Lozano, posiblemente el más fiel y cercano alumno lejano de nuestro gran Salzillo. Él se recreó en recuperar el rostro angelical del Niño Jesús o el de la Virgen Dolorosa, y nunca renunció a su oficio, porque sabía que estaba realizando un papel evocador que transmitía inquietudes. Quirós tampoco ha renunciado nunca a los saberes que le transmitió Sánchez Lozano, aunque yo diría que, pese a la intercomparecencia que siempre buscamos entre y uno y otro, la ligazón es muy distinta. Quirós no renuncia, porque demuestra su aprendizaje, pero él sigue otro modo de hacer aunque no pierda rotundamente la enseñanza recibida. Y esto no es demérito alguno, sino una lealtad que se ha mantenido orgullosamente a través de lo siglos en el mundo de las artes. Si muchos de los llamados artistas modernos hubiesen aprendido de un gran maestro, serían los primeros en lucir ese aprendizaje como muestra irrefutable del saber hacer.

 

Quirós ha querido seguir su ruta, pero de una manera dócil, con una soltura pausada, sin aspavientos espectaculares para dejarse ver, para que su nombre sonara o para que su obra fuese considerada desde un inicio apabullante. Ha querido y sabido espaciar sus tareas, y dar un nuevo paso en el momento oportuno. Pienso que ha trabajado concienzudamente en cada uno de los procesos, ante de formular una nueva modalidad de su obra. Por eso, si hasta ahora he escrito y citado casi con insistencia esa etapa en la que ha predominado la factura religiosa, y en la que ha sumido su sentir y su confesada devoción, es necesario, ante la exposición que ahora presenta, cambiar el tono de los textos. Es evidente que el escultor ha iniciado un nuevo proceso que supone un avance por lo que entraña de novedad. Es una oferta con motivaciones muy originales, que hay que saludar con alborozo. Aquí y ahora viene a colación recuperar la cita a los cambios `previstos, apuntados al principio de este texto. Afortunadamente, Quirós no ha roto sus maneras, no ha despreciado su primera esencia, no ha hecho renuncia alguna. Cualquiera de esta actitudes sería el modo más fehaciente de ridiculizarse él mismo y de hacerlo con cuantos pueden haber creído en la bondad de su obra precedente. Cuando lo desee, Quirós podrá volver sobre sus pasos permanentes, pero aparcados, aunque ha iniciado unos innegables nuevos derroteros. Se nos aparece ahora con una colección de obras profanas, con capacidad de desconcertar al más entendido. No por el cambio de temática, sino por el descubrimiento que nos aporta en el trato del conjunto de las figuras. El artista ha apartado parte, solo parte, de esos adornos, ese barroquismo, que considerábamos necesarios en su obra precedente, y nos la presenta ahora con síntomas de sensaciones imprescindibles. Esto es: predomina la sencillez de los rostros, el sosiego, la mirada, el gesto? Y luce un halo de melancolía, que no sirve para entristecer, sino para demostrar que, cruzando ese vado de nostalgia, está el alma que se recrea en el pensamiento.

 

En este nuevo plantel de esculturas de Quirós, con posibilidad de que también nos traigan a la memoria la obra de grande maestros, existe una particularidad que definiría como esencialmente conmovedora. Es la mirada de las figuras. De acuerdo en que los ojos de esos rostros no son más que bosquejos o vacíos sin fondo, capaces de penetrar hasta el interior de alma. Pero es precisamente esa vaciedad la que, sin saber cómo o por qué, inspiran dolor o sosiego, impulsan y atraen o parecen estar pendiente de la lejanía sin límite o de los objetos más cercanos. Y es igual que se trate de hombre o mujer, de ángel o demonio. Más allá de la estricta representatividad de una figura, de un rostro o de una mirada, hay una intencionalidad subyugante, capaz de superar las diferencias que puedan aportar unas diferencias que, dentro de los esquemas artísticos, no son más que artificios o casualidades. Cuando existe la belleza, cuando ahí están esos síntomas en los que uno cree como primordiales dentro del variado y controvertido universo del arte, siempre permanecen unos rasgos que superan las circunstancias secundarias, como puede ser la naturaleza sexual de los humanos, los colores que irradia la luminosidad o el rechazo que provocan determinados seres vivos. Es lo que sucede, creo, en la obra de Quirós: no distingue, sino que se lanza a la búsqueda de ese anuncio primordial de lo que embellece. Este modo de interpretar puede parecer, de acuerdo, un modo sorprendente de definición de lo increíble, pero tampoco puede negarse que no son pocas las ocasiones en que defendemos con amor ardoroso aquello que ignoramos de un modo palpable o de cuya existencia jamás hemos tenido pruebas positivas.

 

Embarcados en la glosa en torno a la obra de Juan José Quirós, posibles lectores, si los hubiere, captarán un presunto o desorbitado método de puntualizar virtudes, con veladas acusaciones de doble interpretación. Nunca habría que olvidar que las influencias, no solo en cuestiones artísticas, también ocupan su cortijo. En el caso que nos ocupa, al firmante no le parece deshonesto reconocer que acaso se ha dejado influenciar no por la obra, pero sí por la personalidad del escultor. Al principio de este texto se pretende describir cómo es o cómo parece, aunque esa descripción carezca de los pormenores que un buen psicólogo aportaría. Pero como resumen definitivo, me limitaría a incidir en lo ya anotado en torno a la sinceridad de un modo de expresión y de trabajo que utiliza nuestro protagonista. La libertad de pensamiento y de acción puede actuar y recriminar todo aquello que parezca injusto o sobrevalorado. Cada cual puede expresar su opinión. Servidor, entre otras materias, también ha apelado a la cordialidad, sin otras pretensiones que la satisfacción de un íntimo y personal reconocimiento.

 

Así es todo lo hasta ahora escrito. Los demás gozan del derecho a verter sus veredictos; pero, con la seguridad de que no llegarán acompañadas de tanto rendibú y/o sinceridad.

 

 

 
Imágenes de la Exposición
Juan José Quirós, Homenaje al Peregrino, 2007

Entrada actualizada el el 26 may de 2016

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