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Sólo existe una forma de voluntad sin deseo cuando voy a pintar. Un gesto directo y sin contenidos previos, un gesto interior con una finalidad bien localizada: estar pintando. No me distraigo en discursos o ideas en las que apoyar mi ejercicio.

Ni antes ni después. Puedo describir estados, acontecimientos, situaciones.

Color y movimiento hasta que con ellos llega una relación bienhechora.

Descubro movimientos en los colores y muevo los colores con los movimientos de mis brazos y manos, o con los movimientos encerrados en todo el cuerpo, el cuerpo entero. Un movimiento es una dirección, o varias, en el espacio. También el expandirse y contraerse del color. Ya no existen la luz y la sombra, sólo son palabras, no experiencias perceptibles. Son los colores la manifestación de esos juegos ... de la luz y la sombra.

Tal vez la libertad encuentra guía donde reina el pasado de las voluntades. Así, los flujos de color y movimiento me abren a un tema. Luego aparecen los temas. Sólo al final, y no siempre, los temas. Los temas no contienen historia. La historia es personal, es el bagaje del que contempla. Los temas son objetivos. No podría ser de otra manera. Paisajes, figuras, seres inanimados…

Creo que soy un pintor que quiere trascender su fisiología, o ampliar las posibilidades de sus ojos (sacar los ojos, todavía más, fuera de la cabeza). Pinto para los ojos y ello no requiere justificación.

Porque las imágenes creadas por almas humanas, más allá de la necesidad, contienen nuevos pensamientos y sentimientos sobre la vida.