Descripción de la Exposición ------------------------------------------------------- ------------------------------------------------------- Hasta que uno no se desplaza al lugar donde viven y crean Francisca y Manolo, el matrimonio Muher, en el entorno de Totana, resulta inexplicable esa fusión casi carnal con la naturaleza de esta pareja artística que no inventa un paisaje, sino que lo vivifica a través de la interpretación de sus pinceles que roturan al unísono de sensaciones la tela en la que depositan los materiales plásticos que primero aprendieron sus miradas, los monumentos de un Madrid siempre fantasmal, los territorios del Japón, pero sobre todo el Huerto de las Palmeras, ese espacio arcádico donde no es necesario soñar con la belleza, que aparece inabarcable delante de unos ojos que son habitados por la claridad que inunda el estudio a la que acompañan el gorjeo de los pájaros, el ladrido de sus tres perros y el silencio que define y permite la capacidad de los seres humanos de embarcarse en una música casi inaudible. Francisca y Manolo son dos pintores que transitan por el mundo del arte como un único ente artístico, una inseparable identidad creativa, que al mismo tiempo muda y se enriquece con lo que son capaces de vislumbrar en esa realidad que transportan el lienzo de forma naturalista, incorporando a su dicción el sentido plástico, además de dotar de intención y de toda la fuerza de los sentimientos estos paisajes que tienen color, pero que también exigen la participación de otros sentidos para gozar y sentir la rugosidad de estos árboles donde habita la vida en forma de microcosmos que se balancean con cada rama. Sin embargo, antes de que Muher recalase en el Huerto de las Palmeras en Totana, el dúo murciano-madrileño comenzó su colaboración ocupando el número 14 de la capitalina calle de La Palma, donde Pedro Almodóvar rodó parte de su iniciática película "Pepe Luci Boom y otras chicas del montón" y que sirvió de estudio a Costus, otro dúo que argumentó con colores la denominada Movida Madrileña pero que fue víctima de los excesos de una generación que quiso conquistar los más artificiales paraísos. Olvido Gara, la impar Alaska, aseguraba que en "esa casa vivía un duende", que probablemente ayudase a esos fauvistas y matisianos a transmitirnos con los más cálidos cromatismos la pasional capacidad de sentir. Si Costus no pudo sobrevivir al exceso de magia, Muher lo ha conseguido con verdes, amarillos, rojos y azules en una paleta exuberante que incluye la armonía y la pureza del color, para hablarnos de los ciclos vitales con los que se transmite la existencia, y cuando el terrible Madrid está a punto de devorarlos, toman el camino del sur, y llegan a Murcia donde les espera la alberca, donde el agua es una proyección de la vida y vuelven a encontrarse con la palmera como árbol localizador de una geografía, pero también como símbolo de la tierra celeste. Este árbol aparece en las monedas de Cartago y en la iconografía mozárabe y románica que alude a temas bíblicos, Asimismo, la palmera es una imagen asociada a nociones de fecundidad, sobre todo por sus presencia cercana a los oasis, en las proximidades del agua, además de ser la proyección simbólica del sufismo. Otro árbol que está presente en la pintura del equipo Muher es el pino mediterráneo, ejemplares morados y amarillos que se van enroscando en espiral para reconcentrarse hacia sus interior. El pino simboliza la premnidad de la vida, aunque en Occidente ha sido entendido habitualmente como emblemático de una adusta independencia, no exenta de valentía y arrogancia, asegurando que los orientales se alimentan de bayas, resinas y agujas de pino, definiéndose también como símbolo de inmortalidad y como activador de la máxima felicidad para los chinos, aparte de compartir con las palmeras el de la proyección de la fecundidad, lo que da idea de la elección arbórea de los Muher. La pintura de Francisca y Manolo, el grupo Muher, ocupa todo el espacio del soporte. Ellos ponen de manifiesto su capacidad para transformar en ensoñación la naturaleza advertida, modificada por una paleta exhaustiva que proyecta la sensación de plenitud, exigiéndonos la fusión, la arrolladora determinación a zambullirnos en esta fiesta cromática que nos promete simplemente la vida. Cuando un artista se enfrenta en soledad a la tela se produce un monólogo, un discurso personal al que se van añadiendo los aditamentos individuales de un creador que vuelca en el soporte su yo y las circunstancias, siguiendo las enseñanzas orteguianas. Pero Muher son dos personas, dos artistas y una única sensibilidad que traducen en el lienzo una conversación, el diálogo multiplicador porque los dos disponen al mismo tiempo, al unísono, todas sus certidumbres, dudas y percepciones naturalistas intentando que sus estados de ánimo, los que son semejantes a otras parejas humanas, no interfieran en la armonía a la que aspiran como artistas, desarrollando espontáneamente sugerencias, estímulos que se confabulan con las experiencias vividas en su perpetua búsqueda de la luz, del color, de la belleza que debe colmar los cinco sentidos. Decían los escultores mediterráneos que ellos modelaban la luz. También Muher desea quedarse con ella que aparece en los girasoles vangoghianos y en el amarillo que ilumina algunos espacios del Huerto de las Palmeras en Totana donde el matrimonio recibe a sus amigos presidiendo esos encuentros el color de la amistad con la que Vincent acogía a Gauguin. Aunque la mayor dedicación de Muher es el paisaje sentido, también los retratos son otra temática recurrente en el dúo murciano-madrileño. Previamente realizan un dilatado reportaje fotográfico que es ayudado por el reconocimiento del personaje y el paisaje donde habita. Mientras pintan, Muher escucha música culta. Quizá deberíamos decir que esta pintura, que va a recorrer el Mediterráneo en una retrospectiva muy trabajada, tiene banda sonora, igual que sus árboles como parte de un frondoso y mágico bosque corren hacia nuestro encuentro, dinámicos, con firme movimiento, del mismo modo las ciudades conformas unas arquitecturas que remiten a una estructura plásticas que es innegable en todos sus cuadros.Como sugería unas líneas antes, el trabajo de Muher habla de una simbiosis total. Ejerciendo como reduccionista diría que tras ese nomenclator hay dos seres humanos, una mujer y un hombre, a los que la psicología situaría en algunos aspectos en polos opuestos, casi me atrevería a decir que incompatibles en determinados signos de sus caracteres, pero como pintores, complementarios porque transmiten una única e indivisible sensibilidad. Son dos corazones que sienten, cuatro manos que ejecutan la melodía plástica con virtuosismo que se construye en un soporte que marca el dinámico territorio del Mediterráneo donde transcurren unas historias versátiles y coherentes. Los elementos de la naturaleza mediterránea producen efectos visuales, juegos de ritmos y secuencias vitales ante la naturaleza en estado puro, con el color como transmisor emocional de sensaciones. Muher propone la interpretación del paisaje utilizando su alfabeto personal, un lenguaje personal adecuado a cada lugar, porque el cambio de ciudad les lleva a una hermaneútica diferente en cada geografía. Contemplar estos cuadros nos habla del panteísmo de los seres humanos, de la exactitud de una pincelada y al mismo tiempo de la dispersión de las formas. Aquí coexisten cerezos y almendros en flor, ambos cromatismos o manchas de color que son una referencia a la Naturaleza en estado de plena actividad con sus ciclos reiterándose en cada estación. También vislumbramos árboles y plantas que viven de manera inconfundible el éxtasis de sus desarrollo en un lujurioso cántico en el que el color se expande por la Naturaleza que se compromete con los creadores en una fusión tan mística como exacerbadamente sensual además de proyectar una iconografía que nos transporta hasta el espacio donde habita el lirismo desbordado. Hay en esta exposición un tríptico emblemático, que representa a las palmeras de El Huerto de los Muher y que es con seguridad el cuadro emblemático de la muestra por su contraste de luces y sombras, el arabesco como una línea en la que está sustanciada la conciencia barroca de los artistas mediterráneos como Muher, que además han conseguido una solución casi escultórica para esta composición que inaugura delante de nuestros ojos un espacio mítico y tridimensional que nos obliga a penetrar por esta inextricable trama de palmeras que se mecen como banderas salvadoras para los que hicimos de las estrellas del mundo nuestra única patria.
La exposición está formada por 50 piezas en las que se encuentran óleos, gouaches y esculturas elaboradas en acero corten.
Exposición. 21 may de 2025 - 22 sep de 2025 / Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía (MNCARS) / Madrid, España
Formación. 30 oct de 2025 - 11 jun de 2026 / Museo Nacional del Prado / Madrid, España