Al contemplar la obra de F. Ibáñez se intuye un hilo conductor que nos habla de la necesidad de comunicar la propia experiencia vital a través de lo observado, con ternura, en la ajena. El paso de los años nos regala la calma necesaria para situarnos como observadores y la experiencia vivida, el propio recorrido por los senderos del dolor, nos hacen imaginar los fracasos ajenos con mayor compasión. De ahí nacen los naufragios imaginados. Estamos ante una pintura que conlleva una narrativa que, sin caer en el dramatismo, nos muestra con una sensibilidad manifiesta en fuertes contrates de luz y color, un trasunto de la experiencia humana. Quién no se ha sentido un náufrago en algún momento de su vida, quién no ha imaginado alguna vez los naufragios ajenos. El arte, una vez más, como vía expresiva de la emoción y conocimiento de lo humano.
Entrada actualizada el el 25 jul de 2018
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