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Letras, palabras, frases, escritos, nos acompañan en cada momento de la vida, se nos cuelan en los ojos y en el alma, mejor o peor, siempre dependiendo del aspecto y el color que tengan.

Desde muy antiguo cuando el hombre empieza a preocuparse por contar y hacer llegar los pensamientos a todas partes, los escribanos chinos, griegos egipcios, árabes, monjes, de todo el mundo y de cada una de sus épocas, dibujaban símbolos gráficos que combinados forman palabras y nos dejaron escritos caligrafiados de contenido y estética con un valor incalculable para el conocimiento de la historia del ser humano.

En la escuela, la primera enseñanza es aprender palabras y dibujos para aprender a escribirlas y así poder adquirir la ... capacidad de expresarse.

La caligrafía es el aspecto, la belleza, la hermosura del saber escribir. Se dice mucho de la persona que escribe viendo sus dibujos caligráficos.

Pero, con los años, las nuevas tecnologías y la gran decadencia de la Escuela, la caligrafía ha caído en el olvido, los escritos a mano son difíciles de leer, en el colegio se insiste poco en esta tarea y después del periodo secundaria, todo el mundo utiliza el ordenador para hacer esta tarea y, desaparece el encanto, la belleza, ya no hay alma, ni arte, ni ritmo, ni filosofía; las palabras impresas carecen de la emoción, se anula la agradable visión del equilibrio de los grafismos, de la composición y el juego de unas cuantas líneas que con distintas intenciones forman belleza al dibujar una palabra.

La caligrafía es, el arte de escribir, es lo que Jesús González Gigosos hace con gran maestría, sus palabras dibujadas decoran escritos embellecidos por grandes bailes de elegantes frases rodeadas de arquitecturas de columnas y lazos rítmicos y convierte el texto en una gran y hermosa obra de arte.

Estilista de grafismos, diseñador de letras elegantes trabaja incansable con ojos, mano, espalda, todo el cuerpo entero para crear un trabajo original, único, diferente, exclusivo, de tal calidad y originalidad que nos sorprende y enamora.

Sus palabras danzarinas elevan el trabajo a la categoría de excelente y al papel, a la tinta, al color y a toda la composición, pero sobre todo la excelencia: sus manos.