Todo lo que se ve, que es de una belleza limpia y redonda, adquiere un significado todavía más hermoso -crece la obra- cuando interviene tu narración, los apuntes que ibas dándonos, sobre el proceso creativo.

Te veo como artista-artesana porque tienes amor por los materiales: en la elección, en el tratamiento, en la relación de tu cuerpo, de tus manos y tus gestos con la arcilla, con la piedra de río para bruñirla... Especialmente delicada y hermosa me pareció la comparación que hiciste entre el material (arcilla) y un recién nacido: has de tocarlos con delicadeza, intuyendo la presión que puedes ejercer sobre ellos. Al bruñir debes reducir la presión en las partes blandas de la superficie para no hundirla... En las partes duras debes procurar no rayar la arcilla, así lo entendí. El hecho de que coloques la vasija entre las piernas para ... pulirla refuerza la idea de parto, un parto cuyo fruto sería la vasija que acaricias y tocas con el mismo cuidado con que se toca a un hijo.

Por otro lado, la vasija es un recipiente, como el sexo de la mujer. Un recipiente lleno de lava. No sé si lo sexual lo quieres plasmar como una potencialidad femenina solamente... Que haya lava (fuego) dentro de ese vientre a mí me sugiere el acto sexual, el ardor que se da durante la penetración del sexo masculino en el femenino: los suspiros del audio son suspiros de éxtasis sexual... Ese fuego, fecundado, sería el origen de la vida.

Las vasijas también me sugieren platillos volantes y esa idea me resulta ligera y agradable porque me lleva a los mundos propios y secretos de las mujeres: los anhelos, las ilusiones, los deseos de volar que muchas veces tenemos. Desaparecer de una cotidianidad anodina a bordo de una nave espacial. Vasijas para escapar volando.

El cabello de tu hija Elena en el comal me hace pensar en los fósiles, en un vestigio de otro tiempo, porque queda ahí incrustado para siempre. Me recuerda una imagen muy concreta: en Agrigento (Sicilia) hay unos templos en cuyos cimientos e incluso columnas aparecen incrustadas pequeñas conchas y caracolas marinas, no sé si porque esos templos estuvieron en alguna época cubiertos por el mar... No sé exactamente la razón. Pero la sensación que tuve en el Valle de los Templos es similar a la que tengo al ver esos cabellos ondulados incorporados a la arcilla. Un cuerpo dentro de otro; veo el cabello de Venus saliendo del mar en el cuadro de Botticelli. Un atributo de la feminidad sellado, protegido, guardado en la arcilla y en el comal. Un tatuaje a la inversa, una suerte de firma... Da mucho de sí, poética y simbólicamente, ese hallazgo tuyo.

Mencionabas, por último, que al bruñir la arcilla blanca con hierro ésta quedaba manchada, herida, de rojo, lo que podía evocar la menstruación. Es otra idea muy bellamente plasmada en las lunas. Esa armonía entre los ciclos lunares y los menstruales, ese calendario femenino y también de las mareas y de la agricultura, está ubicado por encima de lo que sucede a nivel de suelo, igual que la luna está en el cielo y nos mira y la miramos. Los rojos de la luna recuerdan también nubes deshilachadas, mechones de nubes, que encuentran ecos en los cabellos de Elena en el comal (que también es una luna).

Los elementos de tu obra están en sereno diálogo unos con otros. La atmósfera del conjunto es de una paz contundente, remite a lo ancestral. Es una atmósfera de afirmación del misterio del ser, del ser mujer, que brinda al espectador posibilidades deliciosas de goce estético y espiritual.