Pintor de figuras y paisajes, Ruiz-Poveda ha inventado un mundo de seres excéntricos, campos, ciudades, cosas y acontecimientos para el ejercicio de una adorable fiesta humana. Creador de formas poderosamente expresivas y de sutiles coloraciones, nuestro pintor es genuino representante del desasosegado pero fascinante siglo que nos ha tocado vivir, y aún creemos que por su riesgo está preparado para futuras conquistas plásticas. Hay en su obra un riguroso tratamiento del oficio, un seguro pulso de dibujante, y hay sentimientos, amores, humores y sorpresas en el origen imaginario de una vida palpitante.

Los trombones y los acordeones, sonando en la oquedad de los montes, son elementos esenciales para el regocijo que, mezclado con la pasión suscitada por los humanos, turba los espacios. Charanga para los cielos y para los árboles, y para los seres ... felices de la celebración. Una danza inestable, constante movimiento, nos muestra a las mujeres y a los hombres en un imponderable estado de Gracia.

Miguel hace posible lo imposible y, sagazmente, concibe lo inverosímil.

Pintura no entregada a las modas imperantes, sí lejana del barullo decadente que, sin ingenio y sin ensueño, nos acosa, sus momentos fulgurantes nos trasladan hasta 'La entrada de Cristo en Bruselas', y nos acercan a las obras de tantos artistas que, en los días difíciles de la historia moderna, supieron entonar en Europa un canto de libertad.

Luis García-Ochoa.

De la Real Academia de BBAA de San Fernando.