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No hay nada imprevisto en el cuerpo del otoño. Ha surgido como el amante que espera
paciente y agazapado bajo las brasas y la ardiente arena de las playas tumultuosas.
Antes hubo un bosque calcinado por la luz que no pudo
... vencer la fuerza de las hojas,
de los frutos, de las flores que como animales solitarios aguardaron una muerte dulce
y acaso simbólica en su rotunda disecación. Lo que se muestra y asoma por el cobre
del deseo es una exhalación de vida pintada y detenida que asombra y estremece en
la belleza de su sentido, en la última y conmovedora razón de su desnudez.
Necesitamos mirar esos paisajes inventados que crean un otoño nuevo, recién nacido
de su poderosa ancianidad, sosegado y rebelde, que es sueño y al mismo tiempo
resurrección de una vida posible. La melancolía escucha la voz doliente de un jardín
crecido en el laberinto y en la irrefutable prueba de alcanzar las islas del color lejano.
Es poético y reparador el canto humano y metálico que entabla la estructura de lo que
se pinta por amor o por designio irremediable. El coro delicado de los tallos, los charcos
insondables del misterio, pájaros y ficción de nubes que buscan mares interiores. La
huida serena nos reencuentra y nos pone al pie de las copas, sobre la hierba dorada,
contemplando un cielo azaroso lleno de caballos invisibles que avanzan hacia el
horizonte de una ciudad o un mundo que se despierta intacto, impuro, colgado de las
guirnaldas de la claridad. La petición y el ansia de vivir rebasa nuestra mirada y se
alberga con convencimiento y esperanza en los espacios de estas pinturas.
Algo rosado y frágil, el oriental espíritu del tiempo, impregna el lenguaje grabado del
otoño, su materia hondamente sensible y embaucadora; la fascinación va mucho
más allá de las manos creadoras, y la conciencia perdura, presagia, envuelve y dignifica
la tristeza de lo vacío. La pintura se hace imagen de soledad y de espejismo compartido.
Somos rosas, nueces diluidas, palpitante corazón flotando en los barcos teñidos de
la felicidad. Decir amor, o muerte, o vida en ese otoño, y enredarnos para siempre
en un fulgor o en una sombra cierta. La lluvia que se esconde salpica como una palabra
sobre el rostro. Y no hay mancha sin duda, forma sin viaje, inmenso y plástico ramo
que busca incesante, la epopeya de la dulzura y la inteligencia de la ficción. Y la raíz,
sobre todo la raíz, presente, oculta, aérea y carnal, lo que nos falta y lo que nos sustenta.
La noche de la acuarela, la celeste nocturnidad de la hortensia, el otoño pintado en
inigualable espejo, y cada línea que se abraza, esperando el frío, sin aflicción, en el
resplandor que nos sucede.
Josela Maturana
Entrada actualizada el el 26 may de 2016
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