¿Quién no ha soñado alguna vez con abrir el cajón de los trastos abandonados y contar nuevas historias? ¿Quién no ha imaginado el paraíso como evasión o comienzo o extensión del mundo sin artificio? ¿Quién no desearía llenar sus recuerdos de humor dulce para zarandear patrones y ponerlo todo patas arriba? Todos guardamos en el silencio un buen puñado de cuestiones, de modos de ser y percibir que entrañan escenas insospechadas y que, sólo en manos de una artista como María Mallén, abren la puerta de mundos paralelos al nuestro, a través de creaciones excepcionales.

María resuelve dudas jugando con la vida como carrusel, almacenando bombillas, botellas, grifos y todo tipo de objetos cotidianos para narrar fábulas con ironía y transformar las cosas más insignificantes en presencias singulares; bosques nocturnos que iluminan extrañas figuras sobre suelo encarnado, diosas que simbolizan ... la madre tierra o nos devuelven la primavera, fuentes que refrescan paisajes domados de madera y metal o deseos cautivos que han cambiado lámparas mágicas por viejas botellas; un jardín de delicias codificado que desvela sus misterios a través de los títulos y nos roba una suerte de sonrisa inacabada.

La artista maña utiliza el humor y la ironía en sus obras para observar la realidad sin pesadas cargas y establecer un marco coherente para que lo irreal, disfrazado de natural, cobre sentido. Nos reímos con sus propuestas sin vestigios de engaño para tomar conciencia del desafío que supone salirnos de la senda esperada o el clima impuesto por la tradicional visión del arte.

Además de buena humorista, María es una excepcional documentalista y una amante del dibujo técnico. Su clara voluntad de catalogación y archivo, le lleva a almacenar infinidad de registros taxonómicos sobre estampaciones y animales, para componer su obra pictórica; diseños florales y lineales que provienen de su fascinación por el uso de figuras y conceptos geométricos. Un conjunto, cuanto menos curioso, que le ayuda a plantear enigmas sobre la artificialidad del espacio que habitamos; el mundo como paisaje construido donde la naturaleza ha dejado de existir para convertirse en jardín de nuestra civilización -nuestra Arcadia particular en vergeles domésticos-. De forma metódica y razonada –aparentemente opuesta a la fabricación de objetos- reinterpreta láminas didácticas o ilustraciones de libros para establecer sabias combinaciones de líneas, luz y color que nos retan a pensar sobre nuestra relación ética con el espacio natural.

Sin lugar a dudas, María Mallén, en su fingido desorden, sabe lo que se hace. Sabe retener nuestra atención en la totalidad de la superficie pintada, que funciona a la vez como tema principal y detalle, apoyada en la planitud que provoca la ausencia de límites. Nos inquieta con su bestiario particular para vivir en la selva, adornar jardines botánicos o protagonizar una marina ficticia. Nos atrapa con la presencia de un lienzo-reloj detenido en el tiempo que nos interroga sobre las necesidades biológicas de nuestro organismo. Nos desnuda ante el erotismo oculto entre formas, vida y el pensamiento. Pero, sobre todo, María sabe desenvolverse y reinventar su estilo entre homenajes y apropiaciones; remakes que descontextualizan para burlar la idea manida de originalidad y demostrar que en el arte, no hay nada nuevo; tan sólo diferentes formas de hacer lo mismo y llenarnos de fascinación.