Las aproximaciones que el arte ha realizado hacia el deporte han sido, como mínimo, curiosas. Aunque se suele tender, a menudo, a calificarlas de no demasiado afortunadas, si no, directamente, de estrepitosamente fallidas. El uno y el otro son dos mundos de combinación forzada y encaje chirriante. Siempre, afortunadamente, podemos encontrar casos tan excepcionales como interesantes. Algunos no han sido demasiado exitosos, pero son poseedores de una épica del fracaso magnética. Ejemplos, en el mundo del boxeo, podrían ser el famosísimo reto pugilístico entre Arthur Cravan y Jack Johnson, en la plaza de toros Monumental de Barcelona. El poeta dadaísta fue desesperadamente localizado pocas horas antes del combate, en estado de embriaguez proverbial y, sin embargo, resistió heroicamente seis asaltos las acometidas del campeón de los pesos pesados estadounidense. En el sentido contrario, es decir, desde el mundo deportivo al artístico, sólo hay que echar un vistazo a ... los cuadros que pintaba el campeón de los welter Perico Fernández, inspirados en el pato Donald, para hacerse una idea de cómo afectan la acumulación de puñetazos en la mente y la sensibilidad de las personas.

Si nos ceñimos al mundo del fútbol, el deporte rey, podemos encontrar algún caso más esperanzador, como pueden ser el del portero-escultor de la Real Eduardo Chillida o el del defensa central-coleccionista del Barça 'Migueli'. La mayoría, sin embargo, suelen ser un poco más estridentes. Aunque guiadas por una loable voluntad de modernizar un mundo paradigmáticamente primario y de acercar a las masas otro con peligrosa vocación elitista, iniciativas como el diseño de carteles y (oh, Dios mío!) La creación de mascotas para los campeonatos mundiales de fútbol pueden ser un buen ejemplo de prueba no superada: el inefable 'Naranjito' sería una buena demostración. Casos similares los encontramos en este sobredimensionado y sobrevalorado evento global llamado Juegos Olímpicos, los cuales han sido, más de una vez, demasiado propensos a servir estéticamente a pensamientos ideológicos totalitarios. Y excepciones como Leni Riefenstahl, Boccioni o alguno de los vanguardistas soviéticos no las redimen éticamente.

Pero precisamente es en estos terrenos peligrosos e inciertos donde el arte más arriesgado se encuentra cómodo al hallar en él los retos más grandes. Marc Vilallonga es, tal como ha demostrado en todas las muestras precedentes en La Xina A.R.T., un artista amante del riesgo. Tiene, además, un sentido del humor sutil para abordar este peludo asunto, que tan poco abunda en el mundo del arte contemporáneo, demasiado propenso a la solemnidad pretenciosa y estirada o, por el contrario, a la caricatura fácil y grotesca. En la nueva exposición 'Parlant dins del camp' mediante la fotografía manipulada por ordenador de gran formato y dos proyecciones de vídeo, Marc Vilallonga, con un pretexto fácilmente parodiable, consigue extraer de un terreno de juego tan áspero la esencia misma del hecho creativo: belleza. Y más aún (más allá de la que puedan aparentar fornidos atletas y sus novias modelos): belleza inteligente.