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Parole, Parole, Parole, Parody

Exposición / Arte21 / Manuel María de Arjona, 4 / Córdoba, España
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Cuándo:
02 abr de 2009 - 09 may de 2009

Organizada por:
Arte21

Artistas participantes:
José María García Parody

       


Descripción de la Exposición

Certamen Cosmopoética 09

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Un gusano frío y suave al tacto festoneaba sin parar hojas de morera como si fuera este su único destino; pero un día cualquiera, obsesionado por esconderse, se encerraba con prisa en un huevo de hilos que él mismo había tejido a su alrededor y allí parecía morir. Pasado un tiempo salía por una punta una mariposa hecha de un polvo aterciopelado parecido a la tierna piel del gusano que comenzaba a sembrar en misteriosa formación hileras de diminutas perlas amarillas o anacaradas.

 

El nido de la mariposa se quedaba colgado en la pared de la caja, porque nosotros no sabíamos fabricar seda. En China hacían lo de cocerlos lento y lo de tirar del hilo deshaciendo aquel escondite. Era allí donde tejían la tela que tiene el tacto fresco del gusano y que se acerca al ondulado cuerpo de las mujeres como la brisa. Cuando soñamos con ellas están vestidas de seda, sólo con la seda que las recorre y las dibuja en el aire y separándose las oculta para que el sueño tenga pelea. La seda le da al sueño la soledad que requiere para que sea tuyo todo lo que se insinúa, incluso el tiempo. Y es entonces cuando el tiempo deja de huir.

 

Las palabras llevan dentro las pesadillas de nuestros antepasados y esconden también las nuestras y se llevarán con ellas todo lo que imaginamos al oír sus sonidos y lo que vemos en los signos que las escriben. Son capullos de seda con la crisálida que dentro de ellos sufre la modificación. La escritura es el ingenioso código que nos permite verlas, porque ver las palabras ha convertido el lenguaje en un paisaje afectado por el tiempo, por la luz y por las estaciones, por la vida y la muerte como es nuestra costumbre. Los sonidos los mezclamos, los combinamos una y mil veces al hablar; pero dibujar los sonidos con las letras nos lleva a ver las palabras como cajas que esconden dentro a otras y a otras en un juego de casualidades permanente, porque son muy pocos en realidad los sonidos que incesantemente entrelazamos para hacer la significación posible. Después de todo un significado es un símbolo de la realidad que necesita ser compartido. Si lo pronuncio, despierta en la mente de los otros una idea vaga que sólo se concreta con la presencia real de lo mencionado. Si escribo 'manzana', la sucesión de sonidos de esa palabra encierra en su ovillo a todas las manzanas posibles, por eso, si no hay fruta delante, tengo la libertad de imaginármela como quiera: verde amarillenta, pequeña y ruborizada, vaga y perfumada nostalgia... Si la manzana está delante, la palabra es entonces su nombre propio y todo el protagonismo se va a la misma manzana como fruta real; pero, si no hay manzana, es la palabra quien esconde dentro toda la memoria antigua de esa fruta, que anduvo de un lado para otro en nuestro paraíso, que varió nuestro propio destino, que al caer del árbol destapó el misterio de la gravitación, que tiene una piel tersa y suave que se arruga al envejecer, que esconde en su corazón el símbolo de la intimidad origen del mundo; la manzana de casas, la mermelada, el zumo, la sidra, la compota con cáscara de limón, los caramelos con sabor a manzana... Las palabras nos llevan por todos los caminos de acá para allá a nuestro antojo, que es lo que la literatura provoca en nuestra imaginación, una metamorfosis extraña, capaz de hacernos vivir con una intensidad parecida a la de los sueños lo que otros vivieron o lo que se quiere vivir o, incluso, aquello en lo que nunca habíamos pensado. Las palabras trenzadas nos permiten ver en un petrolero que surca el mar ante nosotros la historia del mundo.

 

El juego de las posibilidades combinatorias es nuestro mejor invento, y lo es, sencillamente, porque no hay procedimiento mejor adaptado a nuestras limitaciones, ya que nuestra memoria retiene un número bastante limitado de diferencias y el mecanismo de combinar ese pequeño número de piezas que se retienen con facilidad permite alcanzar un increíble número de emparejamientos. Así, memorizadas las piezas pequeñas representadas por los sonidos, solo queda el juego de las mezclas posibles gracias a la sílaba y desde las sílabas seguir con el juego en busca de la palabra. Algo así como el cubo de seis colores y seis caras, cada una con nueve mosaicos. Entre las caras, los colores y los mosaicos las posibilidades combinatorias se multiplican de tal modo que nadie es capaz de agotar el recurso. Pasando al terreno del código lingüístico de un recurso muy parecido sale la expresiva y espectacular habla coloquial o la exacta e inequívoca jerga técnica y científica, o el indomable idioma de la literatura. Nuestra inteligencia es el lenguaje verbal y este lenguaje es la expresión verdaderamente colectiva de nuestra inteligencia.

 

El contenido de una palabra se abre como una gota de aceite en un papel secante, como una sombra que se extendiera en todas las direcciones. Los cuadros de Parody intentan quedarse en los espacios de la significación sin proponerse invadir el terreno de la comunicación. Estar ahí garantiza la libertad de los significados para orientarse en cualquier dirección o en todas como ocurre con las palabras antes de ser combinadas, pues si se diera con obcecación el salto a los mensajes correríamos el riesgo de convertirnos en estatuas de sal al tiempo que huimos de la nada. Después de todo, lo que persigue la literatura es el rito de la ambigüedad, pues convierte las palabras en espejos que lo llenan todo de irisaciones, hasta que el proceso completo de la comunicación termina en las manos de quien recibe los mensajes; es decir, el receptor, que es en realidad espectador, incapacitado como está para interpelar, y que ha de darse sus propias respuestas. La comunicación, por tanto, es habitualmente un cierre. Las palabras combinadas con otras y entrelazadas entre ellas representan lo ocurrido, definen, concretan; nos pasan en definitiva a nuestra cabeza la configuración de las cosas que han hecho los otros, nos traspasan contenidos ajenos ya cerrados. La literatura construye, combina y entrelaza también, pero el que recibe el texto es el dueño, para bien o para mal, de su sentido. La literatura comunica, sí, pero su herencia encierra las claves para volver a crear, tiene en ella la comunicación la misma libertad que tiene la significación en las palabras solitarias. Entendido este proceso puede decirse que los cuadros de José María son cuadros literarios. Podríamos llamar a todo esto literatura visual. Estos cuadros son escritura metafórica.

 

A los tres que ahora nos sentamos a esta mesa nos unió la visión. La visión primero y con la visión se enredó la escritura. Fue en la antigua Universidad Laboral de Córdoba en aquellos días en los que nuestro país abría caminos para que entrara lo nuevo y se instalara aquí por derecho propio. Ocurrió en aquel lugar que era de aquella un lugar isla con su grandilocuencia y el aire altivo de lo decadente. El propio nombre nos delataba, porque el sustantivo de la vieja institución de la cultura unido al calificativo del trabajo en el que se manchan las manos predecía el comienzo de una nueva era en este país. Las palabras están llenas, ya sabemos, de huellas; y esta vez el binomio nombre adjetivo proponía el reconocimiento del trabajo manual elevándolo al rango más alto del saber.

 

Pues allí nos conocimos los tres, aunque en momentos diferentes de la misma secuencia. José María y yo nos encontramos prácticamente al comienzo de nuestra vida laboral, laboral esta vez con el significado que le da la jurisprudencia. Pablo apareció lógicamente bastante tiempo después como estudiante, aunque él sabía de aquel lugar más que nosotros.

 

Cuando llegamos se estaba en aquel centro docente de dos maneras: la grandilocuente o la retraída. Nosotros participamos con una pizca de mala conciencia al no vernos inmersos en la corriente dominante, que era desde luego más gloriosa. Nosotros pertenecíamos a ese grupo pequeño que hace bulto en la ceremonia. Queríamos estar y estábamos, aunque nos faltara a cada instante la seguridad de actuar con acierto. Cuando apareció Pablo ya se había acabado el incienso hacía tiempo y los retraídos teníamos el convencimiento de que la nuestra era ya una corriente con futuro.

 

José María llegó en realidad allí hundido en la pintura. A través de él supe qué era lo que ocurría en Córdoba y en Andalucía en las artes de la visión y me identifiqué con ese mundo sencillo de colores limpios. Él hacía entonces cuadros de objetos cotidianos cegados por la luz, dibujados en el aire y movidos por la memoria como por viento en la arena. Nada tenía que ver aquello con la tenaz constancia a adornarlo todo con los arcos de la mezquita, por poner un ejemplo, desde las postales de felicitación navideña a cualquier otra cosa.

 

De aquella las fotocopias se habían convertido en un recurso masivo, de tal manera que delante de las fotocopiadoras había cola siempre. Los dos compartíamos la idea de que la fotocopia traía a los escritos caseros una dignidad y una autonomía desconocida desde la época de los amanuenses. Pablo en su día conectó de lleno con esta corriente mesiánica para independizar la copia. Manejábamos las letras transferibles como secreto de alcoba y yo buscaba a José María para cualquier cosa que tuviera que ser vista, fuera cartel o texto. Lamento ahora mismo no conservar todas aquellas creaciones, que fueron muchas, con las que hacíamos que la gente volviera a leer de otra manera en aquel lugar que parecía estar tan apartado del resto del mundo. Celebramos el cincuenta aniversario de la muerte de Antonio Machado en el exilio, la memoria de Freud o Velázquez junto a muchas otras efemérides. Entre todas las actuaciones hay una de la que guardo un especial recuerdo. Se trataba de unas bandas escritas con letras de colores que decían en un sinfín 'Laboratorio para la creación literaria', actividad con la que yo pretendía sacar de las aulas la literatura, sin salir del nivel en el que trabajábamos. La visión de arco iris que había en aquellas cintas es lo que, a modo de homenaje, recuerda el título de este escrito con la metamorfosis de la luz.

 

José María abrió una ventana y por ella entró el prisma de los colores de Josef Albers, el viento de los que vieron las palabras escritas y sus letras como pinturas, la nueva manera de mirar que había propuesto muchos años atrás la Bauhaus, la bella negligencia de las formas para que a todos nos fuera posible recrear la realidad sin torpezas. Cuando pasan los años nadie se acuerda de lo que ha supuesto mezclar lo viejo con lo nuevo, porque no somos conscientes de la evolución, no queremos serlo para soportar mejor los recuerdos de nuestro propio pasado.

 

Pablo llegó como un huracán. Aportó, inventó, maquetó, le dio a las transferibles como nadie. Al final nos superó tanto que entre la falta de tiempo que nosotros padecíamos y aquel vendaval que lo agitaba a él debió de sufrir alguna especie de decepción. En cualquier caso habíamos unido las artes visuales y la escritura borrando definitivamente entre nosotros esa frontera.

 

José María Parody busca que un cuadro recorra el camino de los sentidos del mismo modo que un trago de vino, que se posa en los labios para invadir la boca por todos los rincones y tomando la temperatura de dentro libera un vaho misterioso que vuela hacia la memoria, que es como el mar, y allí remueve los sedimentos. Un vino despierta en nosotros el recuerdo mejor escogido de todos los alimentos terrestres. Sabe a tierra húmeda perfumada por la lluvia que la ablanda y la llena de musgos y el vino guarda dentro ese frescor de la tierra fértil. Inmediatamente ese olor da paso a la madera que libera siempre una suerte de aliento balsámico, con la resina aterciopelando la lengua y plagando la memoria de inmensos bosques solitarios, de imágenes de árboles que alguna vez hemos conocido a lo largo de nuestra vida. Vienen después las frutas y los vegetales con una ligera acidez embriagadora o con ese dulce tostado que algunas veces nos delimita el centro exacto de lo dulce, plagado de otros muchos sabores que vienen del fuego o del sol o de la propia maduración a la que solo puede dar paso el tiempo. La relación que el vino establece con los recuerdos es tan extraña que no podríamos hablar de esos sabores por ellos mismos, parece que es el vino el pretexto y quien nos lleva a la comunión con la naturaleza de la cual venimos. Las emanaciones del vino nos trasladan gozosamente hasta el origen lo mismo que hace el arte, en un recorrido simbólico paralelo a la vida real, que puede resultar más real que lo cotidiano. Nuestros sentidos son en ambos casos el único camino posible.

 

Todas las metamorfosis proceden misteriosamente y puede que eso sea lo que de ellas nos atrae más; la de la luz pasaría por ser la metáfora perfecta del amor ciego, que es un arrebato incontrolable que nos obsesiona con fundirnos como ocurrió entre el soldadito de plomo y la bailarina o con Filis y Damón y el agua dentro de la esponja.

 

La luz pasa por un prisma triangular de cristal y se descompone en un haz de colores que crea una vidriera de aire.

 

El sol asoma por el horizonte un fin de tarde en primavera y, atravesando la lluvia, proyecta sobre el cielo un arco con los siete colores en el que de niños siempre queríamos meternos. Lo perseguíamos, pero nunca lo alcanzábamos.

 

El amor ciego, como la pintura, nos hace desear la vida una y otra vez en busca de mayor entusiasmo. En medio de una soledad contagiosa los lenguajes simbólicos que utilizamos recrean una vida paralela con puentes tendidos en todas direcciones, convirtiendo la realidad en una realidad imaginaria poblada de metáforas. El arte abre un pasacalles vestido de amor ciego.

 


Imágenes de la Exposición
José María García Parody, Autorretrato con pathos, 2009

Entrada actualizada el el 26 may de 2016

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José María García Parody, Autorretrato con pathos, 2009

José María García Parody, Autorretrato con pathos, 2009

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