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Lo normal, lo cotidiano se nos muestra a través de personajes, imágenes y situaciones irónicas que juegan con el espectador y que se inundan de la riqueza cromática como medio para apartarnos de la visión gris que se tiene sobre hechos de la vida que vemos como pura rutina y que en numerosas ocasiones nos vemos obligados a realizar aún considerándolos carentes de emotividad, de chispa. Son escenas en las que impera la presencia de la figura humana, personajes contundentes ante situaciones que día a día atraviesa cualquier persona, para que así el espectador se sienta más involucrado, más identificado con lo que el artista representa. También resulta muy importante, y así se refleja ... en todas sus obras, el valor y la influencia de las imágenes que el ser humano recibe diariamente, bien de los medios de comunicación bien de la propia experiencia. Imágenes que el cerebro va almacenando y que en los momentos o situaciones más inesperadas salen a flote ya con un sentido distinto al primigenio, un sentido dado por cada personalidad, adquiriendo así nuevos valores.

La intención del artista parece clara: despertar, con un duro golpe si es preciso, el alma del espectador, casi siempre adormilado y aburrido ante un día a día marcado por la “falta de novedades” y mostrarnos la realidad que, cegados, casi nunca vemos o queremos ver. Para ello, Pérez Gey tamiza bajo su pincel la tristeza, lo desagradable o la amargura y lo plasma de una forma suave y atemperada para apartar al espectador de la triste realidad de lo cotidiano y plasmar la vida de un modo risible, irónico y absurdo, algo muy característico de su anterior etapa como periodista gráfico en diversos diarios.

Son obras que actúan como espejos. Gey nos pone delante de nosotros mismos para que nos descubramos y así podamos ver que a la par que feos, malvados, pirados,… somos también bellos, justos o razonables.