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Carmen Díez es una pintora interesantísima, de valores extraordinarios por infrecuentes y admirables. Paisajista excepcional que asombra por las excelencias de su técnica realizadora y, tanto o más, quizás, por su brillante concepto estético. Ama la naturaleza, le apasiona su hermosura. De ahí que se acerque a ella, como artista que ama lo bello, con una idea o intención fijas: "A la belleza por la belleza". Se la siente feliz en sus cuadros, en los que vuelca toda su capacidad emotiva. Mano, cabeza y corazón parecen marchar juntos en sus realizaciones. Y el resultado es, naturalmente, un exponente claro de "arte bello". Creo que fue Rousseau, el filósofo, quien dijo aquello de "Quitad de los corazones el amor por lo bello y habréis quitado todo el encanto de la vida". ... De su obra trasciende que Carmen Díez es una autora de enormes facultades: fuerza, vibración, espontaneidad, dinamismo, inventiva", son relevantes características suyas. Imaginamos que debe pintar apasionadamente. Sin embargo, no pierde nunca el control. Su obra es por excelencia armónica y equilibrada; e incluso cuando los colores son más fuertes, las armonías resultan vivas pero no gritan; y lo mismo hay que reconocer cuando sus composiciones son más atrevidas. Su personalidad parece por mitad impulsiva y reflexiva. Así, ante una posible ejecución nerviosa, se aprecia no obstante que es decidida, segura y desenvuelta, de trazos rápidos e ingeniosos, y siempre con un buen gusto general y una cierta elegancia. Es sutil dibujante y pintora de rica paleta, que saca al acrílico efectos de color límpido y matices muy variados, de tonos suaves, líricos y a veces acariciadores. De ella puede decirse también, con propiedad, que dibuja con el pincel y modela con el color. Ciertamente, desde hace ya casi dos décadas, está saliendo de las aulas sevillanas de Santa Isabel de Hungría un plantel de artistas de fino buen hacer, que destacan favorablemente con un especial estilo gráfico de modernidad intemporal muy bien acogida.

Viajera frecuente por lejanas y exóticas geografías, de exaltantes paisajes y lujuriante flora, ofrece en estos hermosos cuadros la "emoción visual" de sus impresiones, compuesta siempre a través de sus notas y de unos recuerdos en los que la realidad acaba cobrando dimensión imaginaria. Son, digamos, recreaciones libres, y espléndidas, que podría definirse como su "imitación de la naturaleza" y estimable contribución al gozo del paisaje. Representan, principalmente, siembras o verdegales de airosos juncos marinos; mares de hierba, de altos tallos dorados ya, peinados por el viento, intercalados de flores y frutas de color encendido, y rematados al fondo por un leve pero importantísimo trazo horizontal que separa tierra, mar y cielo, culminando una gran profundidad general lograda con luces y planos. Son cambios, en fin, con vida y movimiento, en los que se crea un ritmo pictórico que podría prolongarse sin límites. Nos recuerda por ello a Klimt, el grande y admirado maestro austriaco, que aunque destacó primordialmente por la belleza alegórica de sus figuras femeninas, cuando pintó paisajes "en los que por cierto está también ausente la figura humana" les dio, de parecida manera, una grandiosidad expandida e impactante. Y, al igual que Monet con sus inmensos cuadros de ninfeas o nenúfares, Carmen Díez podría llenar asimismo inmensos espacios con el maravilloso ritmo de sus composiciones. Está en el mejor de los caminos; y de su mágica habilidad técnica y conceptual puede esperarse lo más sorprendente y sensacional.