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La copla se asume como algo propio partiendo desde la misma patria que es la infancia en la que se va tejiendo un lento proceso de elaboración que queda fijado de forma rotunda e ... indeleble en las fibras más insondables de nuestra sensibilidad. La generación a la que pertenece Teresa Garcia López ya oía la copla desde el seno materno cuando en los duros años de la posguerra, las madres de aquella época encontraban en la radio cubierta por el paño de cretona, un asidero en el que colgar todo el refinado equipaje que es capaz de portar el alma andaluza. Se escuchaba entonces la copla con tal veneración que se asumía el drama cantado para hacerlo propio.

Verdaderamente, esta catarsis suponía un hecho real aunque la voz saliera de las gargantas consagradas de aquel tiempo, pero el pueblo hacía suya estas historias que iban mucho más allá de la simple exhibición musical ya que eran infortunios incontrovertibles los que sustentaban toda el núcleo melodramático de la copla que se convierte de esta forma en uno de los definitivos hechizos del arte andaluz. Un tiempo aquel en el que sucedía de todo y no sucedía nada, en el que frecuentemente, la mujer joven se bebía su dolor, sufriendo su renuncia en el enclaustramiento del cuarto con la celosía de la ventana ejerciendo de infranqueable muro de la realidad de la calle; por el orgullo vendido por cuatro cuartos, por la desbocada pasión que provocaban los 'Ojos verdes' de ese jinete de la noche, que se clavaban como puñales en la figura femenina que esperaba en el quicio de la mancebía que se encendiera la noche de mayo para consumar su amor hasta las claras del alba que tímidamente iba alumbrando a la Torre de la Vela. Unas vidas siempre marcadas por la pasión que no conoce límites, en la que el amor es el gran tormento y la vez el supremo consuelo y que toma derroteros de tragedia cuando los celos se erigen como monstruo que todo lo destruye.

La pintura de Teresa Garcia López, en esta nueva exposición, plasma inconteniblemente buena parte de la pluralidad sentimental que rodea a esta expresión única, que aquí solo puede darse. No es concebible algo similar en otra latitud lejos del latido cercano de la tierra que lo estimula. Hay que haber vivido esta experiencia para impregnarse de toda su grandeza y también haber oído, sintiéndolos, a esa gran profusión de artistas que la dignificaron hasta extremos sorprendentes por obra y gracia de autores como Quintero, León, Quiroga, Ochaita, Penella, Solano... en el desgarrado sentimiento de las voces de Miguel de Molina, Raquel Meller, Concha Piquer, Gracia de Triana, Imperio Argentina, Juanita Reina, Carlos Cano, Rocío Jurado, etc., iconos que ella escucha diariamente con unción religiosa mientras pinta, y cuyas sensaciones internas contenidas a lo largo del tiempo, pugnaban por salir a borbotones y así poder moldear desde su personalísima plástica buena parte de todos los elementos que contribuyen a la concreción de esas imágenes, insertas en la memoria sentimental de Andalucía, y que ella de forma inteligente ha sabido llevar al lienzo prescindiendo de la exuberancia del color, tan dominante en anteriores trabajos, para sumergirse en una atmósfera a veces lúgubre, de antros, prostíbulos, echadoras de cartas, de vigilias y proteccionismos maternalistas, de celos y de desesperadas soledades, que esperan su redención en el definitivo encuentro con un amor imposible.

Muchas evocaciones nos sugieren la pintura de esta muestra, pues emana un convincente efluvio de que la grandeza de la copla se encuentre representada en cada trazo, principal pretensión de la autora, siempre inmersa en su personal estilo claramente ostensible en esta exposición. De este modo las generosas curvas de sus mujeres cobran aquí un especial protagonismo por el tácito sensualismo de los ambientes y por esa estela de seducción amorosa que lleva marcada a fuego este género tan distintivamente andaluz Tatuaje; Yo soy esa; En Tierra extraña; Mañana sale; La reina del Pay Pay; La Parrala; Ojos que ven, sí sienten; Pastora Pavón; Miguel de Molina... son cuadros que tienen la facultad de situarnos en el pasado y hay que estar en posesión de una sutil capacidad receptiva para dejarse penetrar por entero del misterio de la copla, que como dijo Cansinos Assens 'no tolera medianías, porque no es cosa de estudio, sino brote fatídico de la misma entraña. No hay que olvidar que la copla andaluza surge solitaria, desatendida de todo auditorio, sin otro deseo que oírse ella misma, como expresión maravillada de algo íntimo que parecía no poder formularse. La fuerza de la copla es tal, que parece desangrarse toda la vida andaluza y agotarse toda su capacidad de arte. La copla es realmente su oráculo y el arte queda reducido en glosar esta voz profunda que brota de las entrañas mismas de la raza. El pueblo andaluz no tiene mitos, pero tiene la copla, y de ella toma su sustancia cuando quiere radicarse en el área racial y expresar el alma de Andalucía.'

En este arduo y plausible trabajo de Maria Teresa se encuentra presente el duende de esa sustancia de la que habla el escritor sevillano, que sabiamente ella ha sabido llevar a sus cuadros con todo el poder expresivo que emerge de esta manifestación única como es la copla, que hunde sus raíces en los atavismos más abismales de nuestra identidad.