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Pablo Huertas, Cris Carvalho, Lito Portela, Armindo Salgueiro, Belén Padrón y Misha Bies Golas participan en esta colectiva ofreciéndonos una amplia visión a cerca del fetichismo y el deseo. Lejos de intentar elaborar una definición acertada de este concepto, cada uno de los artistas propone un acercamiento a esa especie de creencia, exhibición conductual o institución cuyas raíces encontramos en la misma naturaleza humana. La devoción a figuras religiosas o paganas, la proyección del deseo hacia los objetos o las conductas rituales y rutinarias que demuestran dedicación en tanto que idolatría son algunas de las lecturas que encontramos en las obras expuestas.

Misha Bies Golas resemantiza en sus collages los monumentos, objetos y personajes ofreciéndonos imágenes oníricas, eróticas, exóticas y ... domésticas. En esta ocasión nos muestra una serie de "objetos-golosina" creados a partir de fragmentos de otros cotidianos, que acaban transformándose en algo parecido a esos elementos kitsch del consumismo decorativo que, a través de sus formas ostentosas y colores apetecibles, se convierten en pequeños objetos de deseo.

Lo mismo ocurre con las esculturas de Lito Portela,formas que recuerdan a cuerpos de moluscos, órganos internos convertidos en exclusivas joyas o platillos volantes de lujo; en todo caso objetos que permiten al espectador observarse a sí mismo reflejado en su superficie de alto brillo.

Son objetos en los que naturalmente deseamos ver proyectada nuestra identidad; objetos o, personajes en el caso de la obra de Armindo Salgueiro, que sustituye la histórica figura de las Madonnas por iconos del glamour y convierte sus miradas piadosas en deseo puro y arrogancia.

Esa imagen hipnótica que deseamos que nos engulla y nos contagie de placer es recreada también, quizás de un modo más inocente, por Belén Padrón: una imagen caleidoscópica, un auténtico mandala espiritual, un espacio sagrado donde descansar del mundo, que nos sugiere una idea de perfección (de equidistancia con respecto a un centro). "Las líneas delicadamente trazadas por Belén Padrón -escribe Régulo Hernández a propósito de su obra- nos remiten, una vez más, a los gestos de devoción de un mantra, de una salmodia que nos habla de una feliz entrega otra".

Partiendo de esta pasión espiritual, con interferencias católicas de creencia descafeinada y ese sentimiento adolescente de culpabilidad por la pérdida de la propia inocencia al descubrir otras formas de éxtasis, encontramos la obra de Cris Carvalho, en la que podemos adivinar una mezcla de placer y castigo al cincuenta por ciento.

El componente erótico es igualmente importante para Pablo Huertas aunque sus imágenes responden a un enfoque realmente clínico; son escenas siempre extraídas de una historia, cinematográficas. Adivinamos que se trata de un drama, aunque al separar ese pequeño fragmento, que enmarca sin ningún pudor, convierte la historia en un cliché ridículo como si se tratase de una imagen recortada de un manual de sexo o un libro de autoayuda (de bazar chino) de los que aconsejan cómo mantener relaciones de pareja. Son imágenes que atrapan por su extraña belleza, sin que sepamos cómo calificarlas, ñoñas, perversas o inocentemente encantadoras. A esa imagen superficial del amor de telenovela se contrapone un hacer tremendamente delicado, como si debajo de sus perlas y cristales de Swarozsky (que aplica sobre telas de satén y que adornan estas escenas) se escondiese un deseo de amor eterno.