Faltar al colegio, faltar a misa, faltar al resto de la familia. Fallecer un rato después de caerme del caballo. Fallecer al verte fracasar en la pista de saltos. Fraguar los feriados en ese campo simulado. Faltar al colegio para acompañarte acompañar a la yegua negra parir. Adentro del establo tus botas y jeans cubiertos de placenta ajena, tu pelo negro decorado en heno. La raja de tu cesaría dibujada en su vagina inflamada.
La falta de palabra del animal en calma veladas previas a ser capado.
Mammouth era su nombre. Terco, era una criatura que contenía pura neurosis equina. Con ese sol de lunes lo llevaron al césped recién recortado y le empastaron las encías con panela. Tú lo sobaste, le dejaste 12 besos sobre el lomo y le entonaste un ronroneo fugaz. Dos jeringas, una de anestesia y otra de ketamina se hundieron detrás de la rodilla derecha de Mammouth...y este se acostó.
En cuestión de minutos le extirparon sus testículos amoratados. ¿Le habrán dolido como a mí? Los pusieron en una tarrina blanca y con eso iban a hacer un caldo que a los hijos de los empleados convertiría en hombres.
Luego, como era costumbre mía, me cole en tu baño y prepare la tina con lavanda, leche y anís. Recubierto de pelos nuevos y rodeada de agua que humeaba, recordé el sudor del Mammouth. Como lo entrenaban haciéndolo correr en círculos, y como se revelaba y el látigo cortando el aire sin tocar su pelaje café. También su sudor en capas blancas, su sudor vuelto escarcha. Su sudor recolectado en latas. De estas beberían los futuros hijos de los empleados. Esa tarde entre espuma de lavanda, entre leche hecha escarcha, me senté en el drenaje y vacíe la tina.
¿Y el resto de tus caballos? No eran árabes ni eran indios, eran árabes indios. Y si los trasquilabas quedaba expuesta una carne hembra y blanda.
Entrada actualizada el el 30 nov de 2023
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