En 1961 el Museo de Arte Moderno de Nueva York sorprendía con la exposición 'El arte del ensamblaje', una genuina muestra que consagraba definitivamente ante la historia del arte un nuevo concepto de escultura basada en la unión de objetos encontrados, generalmente de forma azarosa, por la mirada audaz del artista. Compartían espacio en tan célebre muestra nombres clave del arte del siglo XX que, desde diversas posiciones estéticas, sintieron la necesidad de dar forma tridimensional al procedimiento del collage que había revolucionado el universo pictórico.

Picasso, Braque, Dubuffet, Duchamp, Rauschenberg o Man Ray, entre otros, consiguieron elevar la realidad, el objeto cotidiano, a categoría de arte a través del gesto casi divino del creador que rescata del deshecho aquello que el capricho del hombre común considera inútil o denostado.

Desde entonces el llamado arte del reciclaje ha ido abriendo en su lucha varios frentes como la denuncia ecológica, la tensión arte - industria, la crítica a una sociedad de consumo desaforado, demostrando que ese gesto creativo y reutilitario inaugurado por los dadaístas sigue vigente en el discurso del arte del siglo XXI, donde la realidad se enfrenta ahora al oasis de lo virtual.

Esa naturaleza material, objetual, está plenamente activa en los ensamblajes escultóricos de Vilches, que asume como propias las inquietudes de sus predecesores pero se atreve a dar un paso más en la vocación de hiperrealidad, convirtiendo a los nuevos objetos en seres funcionales, híbridos de arte y diseño. El artista no sólo rescata de los desguaces los fragmentos para sus composiciones sino que además les reconstruye su dignidad otorgándoles una utilidad renovada en el universo doméstico como piezas exquisitas de mobiliario auxiliar, lámparas orgánicas, percheros vertebrados, relojes como guardianes del tiempo, sillas, taburetes y mesas que comparten el lema de forma y función sin renunciar a la utopía del arte como juego.

Las más de cincuenta obras que componen la muestra reciclArt son un homenaje a la creatividad en sentido puro, a ese estímulo mágico capaz de transformar el objeto industrial en arte mediante el toque del artista. Una acción sencilla, pero sólo en apariencia, pues detrás de cada obra se esconde un proceso de selección, recopilación, almacenaje, gestación, diseño, reciclaje y ensamblaje que han ocupado al artista durante casi diez años. De una manera progresiva y precisa Juan Vilches ha ido escalando terreno en el arte, reclamando un espacio propio en el que convive pintura, escultura y diseño y que lo define como un artista multidisciplinar. Pero ante todo, la reflexión en torno a la presencia del arte en la vida cotidiana ha estado latente en su trayectoria como podemos constatar en sus proyectos para esculturas o mobiliario público en los que manifiesta la necesidad de unir función y estética a través de una acción reconciliadora entre el arte, la industria y el diseño.

Su primer contacto en el mundo del arte tiene lugar de manera temprana, cuando con apenas 15 años arañaba los minutos de sus horas libres para escaparse al taller de carpintería metálica donde trabajaba su padre, y ante tal arsenal de herramientas y materiales daba rienda suelta a su vocación escultórica. De las virutas de metal, de los deshechos y retales surgieron sus primeros ensamblajes que desataron la creatividad y la especial relación con la soldadura que cegaba de manera literal los ojos inquietos del artista.

Las obras de reciclArt retoman el hierro y el acero como material industrial por excelencia, dúctil a pesar de su dureza y expresivo en sus texturas y acabados, pero esta vez extraído de la chatarra y buscando el equilibrio entre la radicalidad de las formas y el juego figurativo de asimilaciones surrealistas. Muchas de ellas nos recuerdan a los ready-mades de Duchamp y a los ensamblajes de Schwitters, pero con el contrapunto de la funcionalidad del objeto-arte.

Así nace la lámpara Águila, a partir de un piño de bicicleta, el cuello de un flexo, la tapa de un desagüe y tomando una azada como patas y un cubre motor simulando las alas. O la sigilosa Spider, cuyos elementos inducen a la forma orgánica: el hilo de latón y los tensores de cable sugieren las patas que se rematan con los tiradores de una puerta y unas juntas de goma, que se unen en su centro al cuerpo-luz de la araña, a la manera de Jean Arp.

La llanta de un camión accidentado y el muelle de una motocicleta son la base del reloj Crash que compite en belleza y amor por la estética del desecho con el reloj Correcaminos, surgido a partir del guardacadenas de una bicicleta vieja, cuyas piezas recicladas han servido para la creación de múltiples obras de esta exposición. En todas ellas, el objeto y el azar son los que inician el proceso de creación, en una manera de proceder inversa a la del diseño habitual pues es el elemento encontrado el que va motivando la forma y no el diseño previo el que condiciona la selección.

La dificultad va creciendo: conforme va creando estas obras, objetos de arte ensamblados, se reduce el número de piezas recolectadas y diseccionadas, complicando todavía más la labor de reciclaje y composición. Es aquí donde el ingenio y el bagaje profesional de años como creativo aporta su lado mágico y permite que broten nuevas ideas, nuevas obras. Se produce aquí una tensión de fuerzas que va borrando los límites entre lo escultórico, la creación libre y lo funcional que nos sitúa a las puertas de un nuevo espacio en el arte (y en el diseño).