LA IMPOSIBILIDAD DEL RETRATO

Qué se retrata cuando se intenta retratar.

Contemplar la propia imagen genera fascinación. Pareciera irresistible mirarse y reconocerse-.

El espejo funciona como una devolución personal, pero el retrato avanza más allá; y hasta es la posibilidad de eternizarse.

A lo largo de la historia, el parecido fue una de las reglas. Eso hacía valorar o desechar una obra, y reconocer la maestría del artista, aunque mintiera. Pero esa importancia cedió en parte lugar a la necesidad de captar el carácter u otros elementos que dieran cuenta de la identidad del retratado.

La representación 'realista', con la perspectiva como sistema de representación adoptado en Occidente, mantuvo durante siglos un ... aura singular, lo que no cambió con la aparición de la fotografía, un medio que, basado en ese sistema arbitrario, se legitimó rápidamente a partir de su supuesta objetividad.

Sin embargo, de una forma y otra, el retratista también realizó una labor independiente, se convirtió en mero fisgón o jugó a hacer creer que cuando dibujaba un personaje estaba retratando a alguien. Inclusive en ocasiones, el interrogante lanzado a través de las obras volvió a las imágenes más difusas y posiblemente más raras, aunque la historia del retrato permaneciera presente, con toda su carga.

Esta muestra trata sobre los usos y las aproximaciones al retrato, sobre el juego de retratar, sobre los planteos desde el arte contemporáneo de no someterse a la representación (la supuesta verdad), tan tranquilizadora, y la conciencia de escaparse en la incertidumbre de la significación.

EXTRAÑEZAS, FICCIONES y MACULAS

Hay operaciones de propio reconocimiento que pueden parecer contradictorias, como realizar acciones que nos provoquen extrañeza. Se trata de teatralizaciones que llegan a inquietar tanto como para lanzar una pregunta sobre uno mismo.

Sabrina Kadiajh realiza foto-performances. Sus imágenes son el resultado del registro de acciones planificadas, donde el cuerpo es el personaje principal y toma presencia a partir de su desnudez en la relación con objetos o simplemente con el entorno.

Claudia Pérez De Sanctis, aunque también elige actuar, monta una escena, entonces sí acomoda la cámara y se registra. Tres operaciones que para ella dan pie al juego de desplegar y replegar la imagen hasta el punto de desconocerla.

El retrato de lo otro, la enfermedad como condición que también se vuelve registro y amenaza aparece en la obra de Celeste Martínez, quien repite incesantemente la marca del virus, que todo lo contamina. Sus fotos parten de la construcción y la intervención. La curiosidad que provoca la figura de una niña, pero por sobre todo la belleza que se percibe y que nos anima a acercarnos, a meternos en la escena, se desdibuja rápidamente cuando se toma conciencia de las máculas que nos ponen de cara ante lo siniestro.

Gerardo Repetto en cambio busca retratar a partir de una técnica artesanal. Elige la sombra, la marca del movimiento a partir del negativo que queda impreso sobre el papel emulsionado. Los cuerpos funcionan como pantallas, y aparecen en escena. Dejan una huella, que nos permiten reconstruir lo que pasó.

La extrañeza en la obra de Arturo Aguiar surge del uso del propio medio fotográfico. Poniendo en duda la objetividad, logra que la imagen parezca construida, intervenida. En realidad la intervención existe, pero es simplemente a partir del uso de la luz, que convierte a la escena en otra. De esta manera se enfrenta a los propios códigos a través de la simple acción de fotografiar en la noche, con una iluminación especial. La imagen se transforma, acentuándose aspectos impensados, haciéndose ficción.

Lihuel González se detiene en un momento, fotografía personajes que los extrae de la continuidad que están viviendo, aunque esa continuidad pudiera ser una ficción. Esa acción le permite referirse a otra cosa que está pasando y que sin embargo cuesta reconocer. El misterio se apodera de las imágenes, como si tuviéramos la certeza de que algo va a ocurrir.

En una operación que se emparenta Luciano Lombardi toma fotografías durante el rodaje de una película. Sus personajes son creados por él, concebidos sus perfiles, sus ambiciones, sus historias. Esa acción es la que le

permite caracterizarlos, reconocerlos, ponerlos en escena y fotografiarlos. El retrato es la búsqueda de mostrar al personaje, de hacer un alto en la película para recortarlo, ponerlo frente a nosotros con el peso de su creación.

Juan Castillo, desde el dibujo y la pintura, trabaja a partir de la hibridez personajes medio hombre medio animal, que interactúan o simplemente se vuelven protagonistas. Una acción que genera inquietud a partir de la ambigüedad, de la pregunta acerca del quién está detrás (más propiamente dentro) de ellos. Una serie de metáforas que refieren al dominio, la perversión y el amor.

Gustavo Piñero en cambio elige retratar a partir de diferenciar cada personaje (muñeco) a través de elementos que lo vuelven especial, que dan cuenta de sus intereses, de lo que le es más propio. La identidad aparece en algunos casos marcada por el consumo y los gustos, una manera de reconocer las características y la pertenencia social. A través de las búsquedas artísticas, el retrato deja de ser una respuesta. El referente al parecer se diluye, aunque seguramente se estén diciendo muchas más cosas de él (y no solo) que lo que se espera.