Cuando el pintor o la pintora quiere moverse con ligereza, con levedad, sobre el lienzo en el que plasmar sus ideas o, mejor aún, su visión de la realidad y, más claro todavía, de su realidad, no tiene más que dejar en libertad lo mismo a la mano que a la paleta y respirar a pleno pulmón del aire que se cuela por la ventana o que se pasea por las calles, los jardines, o se impregna de salitre marino.

De tal manera, Regina Alonso, deja corretear a los niños por el parque o chapuzarse en un remanso del río en Balsaín. Esa es parte de la libertad acabada de mencionar. Y es libertad llena de ternura, que campea ... a sus anchas respirando a pleno pulmón entre veladuras de color en donde lo pintado -sean seres humanos, o paisajes u objetos-ni siquiera arrojan el menor tipo de sombra. Tan lírica es la obra de Alonso.

La lírica, lo mismo en música que en poesía que en pintura, no tiene nada que ver con lo que la torpeza humana imagina y acerca a la ternura excesiva. No es eso ni nada parecido. La lírica en la obra de esta pintura se advierte en cada pincelada y así nos transporta desde el centro de una musicalidad que se percibe sin problema hacia todo el espacio del cuadro sin dejar aislado un solo rincón.

Dvorak dejó dicho que lo mismo la pintura que la música han de moverse por ellas solas y así queda hecho en la obra que hoy podemos ver de la mano de la Galería Cervantes.