La presente muestra está concebida como un homenaje al artista que este año cumpliría 80 años. Pero además, quiero resaltar que la Galería Edurne conmemora en las fechas de la muestra su cuarenta y cuatro aniversario. El 11 de marzo de 1964 abría sus puertas en la calle de Villanueva. Sin lugar a dudas, se ha convertido desde entonces en la decana de las galerías madrileñas y sirvan estas líneas más que de recordatorio, como plausible reconocimiento a una trayectoria sin tacha a lo largo de más de cuatro décadas, en pos de la vanguardia. Prolijo sería citar a todos los artistas que aquí han celebrado exposición –en muchas ocasiones su primera-, pero valga como referencia que el marchamo Edurne sigue siendo garantía de prestigio y que las creaciones de aquellos están en los mejores museos y colecciones nacionales e internacionales.

... 0cm 0pt">Salvador Victoria, expuso en varias ocasiones de forma colectiva en la galería. Precisamente tres de las obras que aquí se muestran fueron expuestas en la galería en los años sesenta y conservan el sello de tinta de la galería Edurne en la tabla trasera de las mismas. Estos temples de la segunda mitad de los sesenta (1965 y 1966) que aquí se exponen coinciden con el traslado del artista de París a Madrid. En efecto después de nueve años de residencia en la capital parisina -donde contrae matrimonio con Marie Claire Decay Cartier- y arropado por el éxito internacional por su participación en la Bienal de Venecia de 1960 y en exposiciones en numerosas galerías europeas, se instala en Madrid a principios de 1965.

A buen seguro tuvo conocimiento de las obras con telas tajeadas que Lucio Fontana presentó en la XXIX Bienal de Venecia. Salvador Victoria en 1964 utiliza el corte, el tajo en la tela y esto supone una nueva percepción del espacio, convirtiéndose este modo de hacer en un gesto límite. La tercera dimensión está presente, visible y palpable. Son cuadros que han sido definidos como esculto-pinturas. Tanteos para establecer un nuevo universo, indefinible con las cualidades habituales de profundidad y de plano, y válido sólo por la identidad que perdura, es decir, el signo y el color. Viene a ser en cierto modo, un antecedente a sus superposiciones de cartulina y acetato.

El collage ha sido desde entonces en Victoria una técnica más. Hasta el final de sus días no ha cesado de crear incontables obras de este género. Las cartulinas, los cartones, y los papeles japoneses han sido unos elementos constantes en el quehacer del artista. La importantísima colección de pinturas-collages de los años ochenta de la Bodega Enate en Salas Bajas (Huesca) es una buena muestra de ello.

Algo muy peculiar de estos años 1965 y 1966 es el uso del pliegue en esa búsqueda del relieve. Victoria parece utilizarlo como intento de construcción de una imagen en su doblez, cercano a la acepción de Gilles Deleuze el pliegue como imagen de lo infinito: hay una curva y recurva en cada pliegue, siempre hay un pliegue dentro de un pliegue; pero además, la misma interpretación que hace Deleuze del Greco (Entierro del Conde de Orgaz) o de Fra Angélico (La Coronación de la Virgen), en cuanto a esos mundos o pisos tan característicos, el superior donde habitan las fuerzas espirituales y el inferior donde lo están las materiales. Comienza aquí ese sentir metafísico en la obra de Salvador Victoria.

Pintura realizada a base de veladuras, trazos fugaces pero no retóricos que construyen la imagen exánime de un paisaje pelado y solitario. Su escenario son los territorios de la sombra, el lugar de origen de un mundo incierto, pero muy nuestro. Es con todo rigor un paisaje mental, con misterio, pero también un espacio concreto. Paisajes donde abunda en sus referencias culturales. Captura una atmósfera que se presiente y que no se puede asir, sin embargo, ahí está sólida y firme ante nuestros ojos. Cercanía transitoria. Paisaje intelectual que metaforiza y multiplica las voces poéticas, voces entremezcladas de modo inaudible. Así lo percibía, su amigo Carlos Edmundo de Ory en un poema de 1965, con motivo de la exposición individual de Salvador Victoria en la Sala del Prado del Ateneo madrileño.

Salvador Victoria es una figura fundamental para el arte abstracto y su valoración crece como lo que es, un clásico, y va de boca en boca a través del tiempo. Su obra aunque presente en museos de arte contemporáneo, tiene en su localidad natal de Rubielos de Mora el buque insignia de su creación. El Museo Salvador Victoria proyecta más allá de ideologías y de los circuitos de circulación del arte, la poesía silenciosa no sólo de nuestro artista sino también la de toda una generación que nos motiva y despierta los sentidos y nuestro ser.