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Return to Paradise

Exposición / Arte21 / Manuel María de Arjona, 4 / Córdoba, España
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Cuándo:
07 mar de 2008 - 26 abr de 2008

Organizada por:
Arte21

Artistas participantes:
Ángel García Roldán

       


Descripción de la Exposición

La noción de Paraíso fue de las primeras emociones constitutivas de nuestra historia. El establecimiento del Paraíso mítico en la mente de nuestros antepasados coincidió con la aparición de las primeras Teogonías y del inicio de un primitivo “yo social”. Mientras los paisajes del paleolítico caracterizaban a un hombre cazador que se arrastraba por la tundra helada y hostil, las imágenes de un Paraíso- Jardín se adueñaban lentamente del espíritu de la tribu conformando un vago recuerdo, trasmitido generacionalmente, de la existencia de un valle privilegiado donde crecían árboles cargados de frutos, recorrido por arroyos de aguas cristalinas y flores que prometían el alimento para el mañana. La ociosidad y la ausencia del peligro ofrecían la suavidad de una vida que restaba importancia a cualquier otro débito, como si rellenáramos los intersticios de un cuadro ideal con la dulce neblina de la amenidad. Hoy, cuando la humanidad ha pasado por horas sombrías, el homínido cuaternario aun mantiene su presencia en nuestro cortex-cerebral. El anhelo de ese jardín se reinventa en las sociedades contemporáneas con la comercialización del ideal del descanso que sume la ociosidad merecida en cualquier cómoda hamaca, a orillas de alguna playas salvaje del trópico o en cualquier otro destino exótico. ¿Quién no se ha formulado soluciones de esperanza del tipo de las que aludimos?

La noción de Paraíso, continua siendo razón suficiente como para ordenar y controlar los márgenes de la sociedad existente. Hablamos de “márgenes” pero no de los meramente físicos. El “ser social” que habitamos, percibe sus límites e intuye sus peligros, estableciendo aquellos principios reguladores inherentes en cualquier comunidad para evitar romper el orden y caer en ese “caos-edénico” de auto-complaciencia egoísta que denotaría el otro miedo miedo a lo desconocido. La soledad, implícita en el concepto de individuo, nos predispone a la defensa de nuestros espacios mínimos y privados. Su generalización en el clan promueve el acuerdo social y por ende la transfiguración del poder. Deseantes de encuentros, ritualizamos nuestras conductas y ofrecemos mecanismos que codifican la interpretación de nuestro primitivo biologismo. Quedan así establecidos los límites que no deben de ser sobrepasados por los miembros del clan, así como normas reguladoras preventivas del caos, la anarquía y la anomia histórica. Aparece en escena: la prohibición, lo mistérico y lo oculto, con la intención de apartar del “nosotros”, del “yo social”, el recuerdo instintivo primario y el reencuentro con nuestra naturaleza. Los fluidos son ocultados y con ellos sus orificios; los sentidos, que tanto nos sirvieron para subsistir en la edénica selva se atrofian. Nos desplazamos hacia el sentido contrario de la lógica evolutiva y perdemos por el camino aquellas capacidades que son imprescindibles para retornar al Paraíso. El olfato deja de percibir los territorios marcados por las heces y el orín. El pelo desaparece paulatinamente de nuestro cuerpo, desnudándonos ante el frío, obligándonos a la caza colectiva de ese animal que grita en la selva y a la búsqueda de su refugio que a la postre se convertirá en el nuestro. Nuestras dentaduras se acostumbran a un alimento que deja de ser crudo. La sangre adquiere su valor simbólico de triunfo y su perdida se asume como enfermedad, pecado o sacrificio. Extraños cambios en nuestra filogénesis incluidos en el periodo de “construcción social” desde la perdida o éxodo del Paraíso. Cabria preguntarse si realmente este era nuestro destino. Si estábamos predestinados a ello, o si por el contrario todo fue un accidente dentro del complejo sistema evolutivo. Esta pregunta, paradigma de lo humano, es alimento de teorías y proposiciones, con sus diversas puestas en escena, que lejos de ofrecer claridad mantienen en suspenso y sospecha la herencia de una genésica perdida. Y ocultando nuestro rostro entre vendas de olvido (ojos que no ven corazón que no sienten) nos convertirnos en mártires ciegos autoflagelados para olvidar la anónima lucha de aquel hombre invisible que despojado de todo bien puso tierra de por medio abandonando el Edén mítico.

A tenor de lo conocido podemos afirmar que la perdida de esta libertad (en un sentido pleno) con respecto a nuestro origen y el establecimiento de códigos y de normas sociales en el proceso de humanización, constituyeron la moneda de cambio con la que pagar nuestra superioridad evolutiva. Esta es la letra pequeña del contrato, aquella que nunca leemos ante la rapidez de la situación y que restamos en la confianza depositada al “interés común”. Nuestro sentimiento de perdida y el deseo de recuperación pusieron en funcionamiento el motor de la civilización. De alguna manera así debió de ocurrir y como presuponemos es imposible cambiar. No es aventurado al hilo de esta argumentación afirmar que debió de existir un Génesis “real”. Una situación pre-humana irrecuperable que aventura la evidencia de la irreversibilidad de su proceso. Hoy podemos estudiar desde la antropología situaciones pre-sociales similares a las que un día debieron de ocurrir en el humano histórico. Podemos estudiar palpables semejanzas y similitudes, en las estrategias de grupo generadas por otras especies. Aun no es tarde para asumir que no estamos tan lejos de ese animal que nos habita.

Pero recuperemos el inicio de nuestra reflexión. En la actualidad a casi todos nos aborda, la ensoñación utópica de una isla desierta (pero amiga) a la manera del valle soñado por el cazador neolítico. En realidad el mismo tipo de añoranza colectiva que nos conduce a desear el disfrute de unas merecidas vacaciones. Cuanto más avanzada y tecnificada es la sociedad, más seducidos nos sentimos hacia la consumación de un estado del bienestar que haga más agradable nuestros días, pero a su vez más desarraigo sentimos en este sentido. La idea de alienación no es arbitraria y necesita aun hoy de subproductos asequibles desde la economía domestica; pequeños envoltorios transparentes de aséptico sabor que recreen y reconstruyan el deseo de lo negado. Así surge el arte de fingir, o lo que es lo mismo; la ocultación del deseo, al menos superficialmente, momentáneamente, como en un sueño opiáceo. Al no alcanzar el reencuentro de una manera complaciente, si no es a través de la transacción y el intercambio, la demostración de placer se atrofia y se evade de las normas que debimos de inventar, no hace mucho tiempo, para procurarnos cobijo y defensa en la colectividad- autosuficiente. La representación y establecimiento de los placeres, como sustitución individual del Paraíso, siempre fue considerada por la historia como preludio y sinónimo de decadencia, dando paso a una extraña fascinación por “entrever lo previo”, ocultándonos para no ser vistos, y quizás, deambular los intersticios de lo moralmente indeseable. No somos ajenos a los deseos y los miedos, a su búsqueda y posterior ocultación. El reencuentro con lo genésico procura a la multitud la solución evanescente de su sueño y la extraña ceguera donde restituir lo extrañado. Sustituir el dolor que supone la perdida, la aflicción del desarraigo y su resultante éxodo, necesita de mundos imaginados, de su reconstrucción y de su orientación utópica.

Utopía o realidad. Nos encontramos en el centro del dilema ¿es esto todo lo que somos? ¿es aceptable nuestra historia con mayúsculas? ¿deseamos habitar el espacio negado y al no poder situar en el mapa sus coordenadas inventamos mitos, construimos ciudades, creamos revoluciones sin conseguir (a pesar de las variantes) lo realmente deseado. El límite con el jardín está ahí, pero permanecemos aun ciegos y mudos. En una suerte de anomia congénita que nos depara una continua deriva. El Paraíso se manifiesta entre dos antagonías, la temporalidad finita y la eternidad conceptualizada. Pero para que pueda existir una síntesis entre estos enunciados dispares y contradictorios es necesaria la intervención de una tercera “cosa”. Encontrar esta “verdad” es asumir la secuenciación del tiempo para que el Edén vuelva a abrirse. Desgranado así sus limites.


Imágenes de la Exposición
La Comunidad nº 2

Entrada actualizada el el 26 may de 2016

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