Por Verónica Virasoro
Los sábados son extraños. Me despierto con la sensación de posibilidad. Podés descansar o trabajar, limpiar y ordenar la casa, o podes tirarte a escuchar música, leer. Ir al parque, jugar, cocinar, hacer compras... yo durante varios sábados elegí pintar.
Ahora sea el día que sea, cuando me pongo a pintar es sábado.
Todo empezó con Margarita y Mariana. En realidad habíamos planeado salir al campo por dos días. Íbamos a salir el viernes nosotras tres con Manuel y Gregorio, los pequeños, pero llovió tanto que no pudimos ir. En lugar de eso nos juntamos el sábado en el taller que comparto con Mariana.
Fue magia. Mi compañera de 10 años y mi compañera actual. Al lado de ellas me hice pintora; me conocen desde que pintaba dedos blancos sobre fondo negro. Les pregunté chicas ¿qué pinto? No me acuerdo si me contestaron algo pero todas nos pusimos a trabajar. Mariana...ordenaba su taller también. Creo que vinieron sus alumnos y dio clases. Nos sacó fotos. Los sábados devinieron pintura. Una semana fueron pájaros de una National Geographic. Otra semana pinceladas amarillas fueron de un cuadro a otro. Un grano de maíz o un huevo, como un tesoro. La siguiente la playa surgió de ese amarillo. Otra vinieron esos seres que se miran con tantas miradas que no caben en ningunos ojos. Una persona feliz, envuelta y lista para llevar. A veces todo me remite al amor. Vino también una mujer, tomada de una foto que llegó por whatsapp. La palmera era un palo de agua de pizzería de almagro, la heladera marca Quilmes quedó afuera del cuadro, apareció una estrella. Otra vez el amor. Embarrado. Flores. La playa. Un tesoro. Un paquete. Pájaros. Más miradas, y vino la nadadora un día a bucear; a tratar de descifrar... Aún no pudo develar el misterio. Igual que yo, que frente a mis telas sigo siendo espectadora de una magia desconocida como cuando pinté el primer cuadro.
Entrada actualizada el el 08 nov de 2016
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