Jamás pensé que interesándome tanto al principio acabaría apasionándome tan poco después y, sin embargo, nunca dejaría de fascinarme. Siempre ha estado ahí, prohibido, demonizado, mitificado, escondido, insinuado, manifestado y liberado. Y a pesar de todo sigue dándome miedo, cuando menos miedos tengo. Y quizás por eso, después de tantos años, me sigue gustando esconderme y admirarlo, con la curiosidad de un niño, a hurtadillas, detrás de cualquier cosa... quizás de la cámara, preferiblemente. Como cuando en el cine de terror me protegía los ojos con las manos dejando apenas un resquicio entre los dedos, como un obturador, que me permitía seguir mirando, pero a salvo. Siempre mucho mejor detrás de algo.

Estar ahí sin ser visto, observar sin intervenir. Mirar sin tocar. Siempre a salvo.

Así es mejor. Así controlo en todo ... momento. Así el tiempo no pasa y el encanto nunca se desvanece. Y mientras prolongo el proceso de observación disminuye el pudor. El mío. Y aumenta la belleza. La suya.

Y le hablo. Y le ordeno.Y le ayudo a interpretar mis deseos. Y me complace y me regala, con docilidad, lo que le pido. Y así lo voy escribiendo y lo explico, con la luz. Y entonces empieza la magia. Entonces dejo de mirar y empiezo a ver. Y selecciono y descarto y me defino. Un segundo antes quizás no tenía nada, ahora lo tiene todo, un segundo después quizás vuelve a perderlo.

Y ya queda ahí, mío para siempre, aunque se vaya, pues sé que volverá algún día y adorará habérseme ofrecido. Cuanto más tiempo pase mejor. Cuanto más se olvide mayor será la nostalgia y el goce de su propio reencuentro.

Porque jamás volverá a ser tan hermoso como yo lo imaginé ni tan bello como lo dibujé.