En la post modernidad estaba de moda decir, con Leopoldo María Panero, aquello de que 'la verdad es un cadáver'. La virtualidad mal entendida proveniente de la secuela de avances tecnológicos hacía estragos en las mentes poco avisadas (de eso sólo hace dos decenios), al igual que el industrialismo entonces naciente lo había hecho, a principios del siglo XX, en las de los futuristas de Marinetti y compañía. Pero ahora (2012), una vez enterrado el cadáver -el cadáver de la post modernidad, me refiero-, recuperada una cierta perspectiva de la esencia del bosón de Higgs y de sus sombras, la verdad vuelve a estar ahí, enfrente, con unas ganas feroces, pertinaces, abrumadoras, de abofetearnos. Y Teresa Matas no nos va a condonar lo que a cada uno de nosotros nos corresponda, entre otras cosas porque ella jamás, a sí misma si quiera, se ha condonado nada. ¿De qué ... estoy hablando, de forma tan tangencial, con tanta intención al menos de cuidado y respeto? El dolor es negro y azul, blanco, rojo, amarillo y verde. El dolor lo ocupa todo porque es de verdad. Tal vez el único territorio donde la virtualidad nunca llegue a penetrar por completo, aquel que nunca consiga invadir, sea el del dolor. Porque el dolor, en verdad, es negro. En su interior se pierden las referencias. Y lo que un ciego ve -o lo que es lo mismo, aquello que en completa oscuridad a pesar de todo se manifiesta- jamás podrá apagarse de la retina porque no tiene lastre de color alguno. Carece de lado aparente, así que los artesanos del trampantojo, los tahúres del espejismo no tienen aquí ninguna posibilidad.

La actual exposición individual de Teresa Matas, 'Scissors', Tijeras, en la galería Louis 21, plantea la insumisión de la mujer al dolor que no responde a sacrificio alguno, al dolor gratuito que viene originado en la radicalización de los roles sociales de la masculinidad y la feminidad, o a ese dolor que no admite justificación posible pues nace en la desgracia sobrevenida de manera accidental -y que por tanto es difícil aceptar dentro del cauce de lo que se entiende por deriva natural. La rabia surge de esa confrontación, y el grito de Teresa Matas está formado por una densidad de silencio del rango del que sólo puede oírse en el centro de uno de esos agujeros negros que surgen de la teoría del Big Bang.

A nivel formal 'Scissors' se despliega como una muestra antológica en perfil sintético, aportando una mirada selectiva a seis tipos de manifestación artística característicos de la artista: la fotografía, el vídeo performativo, el dibujo, la escultura, la intervención a través de telas de vestir u originarias del ámbito doméstico, y la instalación. El material telar está, como siempre en Teresa Matas, muy presente en todas las obras, y ello la ubica en la tradición del feminismo militante artístico propio de la segunda mitad del siglo XX y de lo que llevamos de XXI, y en concreto la conecta con el trabajo de Eva Hessel y de Ana Mendieta, como bien apuntaba William Jeffett en 'Proceso, Tiempo, Repetición y lo Sagrado: Teresa Matas y la Performance', o el de Rosemarie Trockel de su magna exposición 'Menopause' de 2005 en el Museum Ludwig de Colonia, donde la tela se constituía en el material principal para trasladar esa voz intempestiva de mujer que jamás aceptará derrota impuesta alguna.

Tela, hilo y tijeras, instrumentos de una feminidad mal entendida, herramientas que conforman el atrezzo de una prisión a la que la mujer es condenada de manera preventiva, sólo por el hecho cierto y pernicioso -a la vista del establishment masculino- de haber nacido y crecido como tal. Así, el dolor en la mujer se entremezcla con el sentimiento de la injusticia, con el desvelamiento de la intolerancia, con la pugna contra obstáculos que pueden derribarse porque son humanos, demasiado humanos. Por eso ese dolor es real, es verdad, y el grito negro adquiere la altura del símbolo.

Tanto la cabeza de bronce blanco de mujer, cuya boca está cerrada con un bozal de tela, titulada 'Mask project', como la tela a modo de tapiz que contiene una denuncia terrible, de título 'Yo confieso', o la instalación compuesta por sesenta y cuatro mangas cortadas del resto de sus trajes de origen (con todo lo que de herida y mutilación conlleva), denominada 'Chill out', se circunscriben a ese territorio en el que el dolor acaece con todo el peso de la gratuidad, y ante cuya aparición las tijeras devienen, de útil artesano constructivo, en arma de defensa no para agredir sino para cortar el cordón umbilical de un proceso de perpetuación de la ignominia. Extirpar, cortar el lastre irremediable que no debería de permanecer ni en la memoria, es la esencia del planteamiento de Teresa Matas.

Más poético es el discurso que se desarrolla sobre papel en la obra 'Recomiendo el escote corazón', un panel negro sobre el que ha dibujado con tiza unas formas arbóreas convertidas en mujer: raíz, tierra, fruto, temática clásica en torno al eterno femenino, tratado con una magia extraordinaria, una sutileza excepcional. En un territorio intermedio, cercano al discurso poético pero con la carga semántica propia del drama que la mera imagen de las tijeras conlleva (como muy bien queda reflejado en el texto de Ernst Jünger que la artista ha escrito con tiza en la parte exterior de la galería*), hay que ubicar el vídeo 'Vuit Esquinçades'.

Y por último la pieza que presenta un pase sin fin de diapositivas, 'Absent', integrada por las cuarenta y cuatro fotografías que Teresa Matas se ha hecho a sí misma enfundándose las camisetas de su hijo desaparecido, pasándolas de un montón a su izquierda a otro a su derecha, en un tránsito de honda asunción del dolor. Un dolor, en este caso, que nada tiene que ver con el denunciado en las otras series, y que constituye la cúspide del sentimiento de pérdida de un ser querido. Asunción del dolor en un escenario extrañamente fúnebre pero en el que no es posible encontrar aquel cadáver de la verdad que querían los postmodernos. No, aquí lo que ocurre es que ésta palpita con toda la fuerza de que es capaz el arte.